Por: Daniel González Monery
El regreso escalonado de miles de niños y jóvenes a las aulas de clase, abre enormes interrogantes acerca de las competencias que adquirieron durante su etapa de educación virtual o a distancia a lo largo de los últimos 16 meses. Pese a los esfuerzos de directivas y docentes por garantizar una adecuada formación online, y del respaldo de padres de familia ‘graduados’ como maestros de la noche a la mañana, buena parte de los alumnos del sector oficial de Barranquilla y los municipios del Atlántico, no siempre lograron tener a su alcance medios digitales ni ayudas didácticas que les facilitaran su aprendizaje. Lamentablemente, muchos de ellos se fueron quedando atrás, sin que nadie de su comunidad educativa lo haya notado.
Las dificultades en conocimientos y habilidades que arrastran estos alumnos, tras el prolongado cierre de sus colegios y escuelas por la emergencia sanitaria, son uno de los mayores desafíos del sistema educativo que empieza a recuperar la presencialidad de forma progresiva. Por el momento, la discusión se centra, casi de manera exclusiva, en las condiciones de la infraestructura sanitaria de las instituciones, las medidas de bioseguridad a aplicar, el avance de la vacunación de los docentes y en la evolución misma de la pandemia, como no podría ser de otra manera. Sin embargo, es pertinente que cuanto antes se abra un debate profundo y riguroso acerca de cómo hacerle frente a la amenaza del inminente fracaso de la virtualidad escolar y del abandono temprano de curso de los alumnos que no se sientan capaces de seguir el ritmo del aprendizaje luego del retorno a los salones de clase.
Los estudiantes tienen dinámicas diferentes, de acuerdo con sus capacidades y circunstancias propias. Evaluarlos o tratarlos a todos con el mismo rasero, en especial después de la prueba tan exigente que han afrontado intentando aprender desde casa sin los soportes necesarios, solo profundizará sus desigualdades y los conducirá a una mayor frustración y a nuevos tropiezos. El Ministerio de Educación, tiene el reto de establecer directrices flexibles y oportunas que sirvan para orientar la labor de directivos docentes, profesores e incluso padres de familia en el acompañamiento de los procesos de recuperación de los alumnos rezagados, atendiendo sus situaciones particulares. La crisis sanitaria, puso en evidencia serias falencias del sistema educativo que se han procurado resolver con el paso de los meses, con mayor o menor éxito en algunos casos. Encontrar los mecanismos para conjurar el riesgo de fracaso de la virtualidad escolar entre los estudiantes de la generación de la pandemia, también ofrece una oportunidad de mejora con miras a fortalecer la dinámica de la enseñanza general en el país.
El retorno, además de progresivo y seguro, debe ser consensuado con la comunidad educativa, en particular con los padres de familia que mantienen dudas, totalmente válidas, acerca de la conveniencia o no de enviar a sus hijos a escuelas donde no existían, al menos antes de la irrupción de la pandemia, condiciones sanitarias adecuadas. Estas inquietudes e incluso reticencias, especialmente de habitantes de las zonas rurales más distantes, merecen ser atendidas de manera particular por las autoridades departamentales comprometidas, como están, en adecuar espacios educativos apropiados para el regreso a las aulas. Construir confianza, como ha ocurrido con otros sectores protagonistas de la reactivación plena, es fundamental para avanzar en la apertura de las escuelas con el claro propósito de evitar más pérdidas de aprendizajes entre los estudiantes.
Cada colegio, previa concertación entre la Secretarías de Educación distritales y departamentales, junto a los docentes y directivos docentes, está definiendo los términos para el retorno de sus clases presenciales, de acuerdo con su propia realidad. El avance de las obras de infraestructura sanitaria, en las que se invierten más de $26 mil millones de pesos por la Gobernación del Atlántico para adecuar las instalaciones de las sedes que no cuentan con agua potable ni saneamiento básico, determinará en buena medida la celeridad de este proceso. La entrega de elementos de protección, la ventilación de los salones y su capacidad de aforo para asegurar distanciamiento físico, son otros aspectos esenciales de este regreso, en el que trabajan de la mano las secretarias de Educación, Catalina Ucrós, y de Salud Departamental, Alma Solano.
Atlántico, ha vacunado al 80% de sus docentes. Seguir acompañándolos, es importante para solventar sus propias preocupaciones frente a una vuelta a clases en la que ellos son pieza clave. Como ha sucedido en otras partes del mundo, donde millones de niños retornaron a clases sin haber sido vacunados, los integrantes de la comunidad educativa, incluidos los padres, deben asumir con responsabilidad las medidas de autocuidado para hacer de los recintos escolares entornos seguros. Esta es una tarea compartida que no puede estar a cargo solo de unos cuantos. Conviene saber que los casos serán inevitables porque el virus sigue presente –la vacunación no lo desaparece como por arte de magia– pero el cumplimiento de normas sí reduce el riesgo de contagio. Una vez se produzca el retorno total, se irán afinando los procedimientos para detectar oportunamente las infecciones y controlar la aparición de brotes masivos. Luego de más de 1 año y medio, hay que decir que el cierre de las escuelas debe ser el último recurso.
El principio de precaución –no enviar a los niños al colegio por la exposición a un contagio– no garantiza su inmunidad absoluta frente al virus. Obligar a los menores de edad a permanecer en casa mientras sus centros de enseñanza ya están funcionando, solo ahondará los retrasos en su desarrollo académico y socioemocional. Que los temores y reticencias de unos cuantos no sumen más lastres a los que ya afectan la educación de las jóvenes generaciones que merecen retomar su educación presencial, eso sí, previo cumplimiento de todos los protocolos de bioseguridad, para volver a proyectar su futuro con determinación y esperanza. Mantener cerradas las escuelas, mientras los bares, billares y discotecas están abiertos, es una incoherencia difícil de explicar y de entender.
Los niños tienen derecho a volver a las clases presenciales, insustituibles para su bienestar. Es posible recuperar el aprendizaje sin poner en peligro la salud, siempre y cuando se tomen medidas básicas de seguridad, como el uso permanente del tapaboca. Hoy las actividades productivas funcionan con relativa normalidad. La crisis de salud mental y de habilidades sociales, debido al cierre de las escuelas, podría ser una pandemia peor que la del Covid-19, así que no aislemos por más tiempo a una generación que ha pagado un precio muy alto por el cierre del único lugar donde, por naturaleza, merece estar.