Los momentos emblemáticos de conmemoración de independencias como el bicentenario de la Batalla de Boyacá comenzada el 7 de Agosto de 1819 y la posterior libertad de Colombia terminada en 1821, son una oportunidad de oro para un hacer balance reflexivo, y la vez crítico, del proceso histórico de la construcción de nuestra nación y su forma republicana de gobierno. No se puede trivializar la celebración de los primeros 200 años de vida independiente cuando el país enfrenta problemas tan sensibles de violencia multiforme, exclusión, corrupción, desfases protuberantes en el desarrollo humano de sus regiones y dificultades enormes de ubicación en el contexto continental y mundial. Ojala este escrito logre llamar la atención sobre los problemas crónicos del país pero que tienen palpitante actualidad como el pacto sobre lo fundamental y la necesidad afianzar el carácter social de la república. Es evidente que el país necesita profundos cambios en todos los órdenes, la agenda de paz es un recurso en favor de las transformaciones que no dan espera. Colombia apenas se inicia en la aventura de construcción de una verdadera república.
Soy de la opinión que este país no ha tenido en 200 años de vida independiente, en que ha intentado ser una república, un verdadero Acuerdo o Pacto sobre lo Fundamental (PF). Me parece que el año en que se celebra el bicentenario de la independencia nacional, esa gloriosa lucha por emanciparnos de la metrópoli española, es de inmensa pertinencia examinar este asunto en el cual posiblemente se encuentre la raíz de los mayores desencuentros y polarizaciones del presente. El de pacto sobre lo fundamental es un concepto y un desiderátum de la política moderna. El PF cumple la función de sólido basamento de la arquitectura de un orden social democrático. El PF es el marco de referencia común que hace viable una nación y le permite gobernarse a sí misma con un manejo reglado y pactado de sus diferencias internas, su pluralidad de opciones y su natural conflictividad originada en visiones, intereses, variadas formas de vivir y de gobernar. El PF codifica valores, propósitos comunes y reglas de juego en función de un proyecto de país hacia el cual tiende el conglomerado social.
Pero hay también situaciones en que la conmoción general, la discrepancia insondable, a donde conduce es a redescubrir que el pacto existe ya formulado en el texto constitucional pero no agenciado en la práctica política, es decir, ésta, en sus expresiones, condiciones y dinámicas predominantes, transcurre divorciada del proyecto básico de país previa y legítimamente concertado y establecido. Es muy probable que la conmoción que se experimenta en la actualidad tiene que ver no con el primero sino con el segundo tipo de situaciones: tuvo el país la sabiduría de dotarse de un acuerdo o pacto sobre lo fundamental, pacto fundacional constitucional (1991), pero no ha tenido el acierto de desenvolverse dentro de ese marco. Hay un país formal moderno, democrático, libre, soberano y justo en la constitución escrita pero el país real es otro: no hay instituciones, fuerzas, actores, sujetos colectivos, liderazgos políticos que se inspiren en ese proyecto, se mantengan fieles a él y pugnen por hacerlo realidad. Existe un diseño de nueva república, pero no se materializa porque no hay sujeto, mejor sujetos, en capacidad y con voluntad de hacerlo carne y sangre de la vida social.
No puede ser que una sociedad que tiene un concepto tan avanzado y atrayente de su propia realización, esté dedicada a autodestruirse por confrontaciones, polarizaciones y diferencias que no se tramitan democráticamente, que llevan a la intolerancia total, hasta la muerte de unos por otros, hasta el espectáculo dantesco de prácticas de terror, sobresaliendo el desapego a los valores de la solidaridad, la justicia, la verdad, la libertad, y el apego, ese sí persistente y terco, al todo vale, a la anomia disolvente y al imperio de las violencias de toda índole. No puede ser. Profundizar el desfase entre pacto escrito y realidad política solo agravará los males que ya afectan la salud de la república. La coherencia, en cambio, incentivará la decisión de otros actores de vincularse al pacto. Esta vía, y no la de la continuar y agudizar la confrontación, pondrá con certeza al país en la perspectiva de una auténtica transición. Nadie perderá, todos ganaremos.
Colombia ha sido todo en 200 años de vida independiente, menos una república social con monopolio garantista de la fuerza en el Estado. Crónico déficit de Estado, seguimos teniendo más territorio que Estado. En algunos aspectos –tributación, justicia, exclusividad de la fuerza– el Estado colombiano, por momentos, aparece como un Estado fallido. Cada vez que despunta un intento reformista se activan las fuerzas embozadas y desembozadas de la reacción. No obstante, aunque maltrecho, el país cuenta con un régimen republicano que es preciso conservar y perfeccionar. El modo republicano de gobierno con voto, prensa y opciones políticas realmente libres, separación de poderes, derechos reconocidos, requiere liberarse de la violencia, la exclusión, el clientelismo, las constantes nefastas que lo han desfigurado durante todo el tiempo de vida independiente. Así comenzará a ser realidad la república social. La violencia en todas sus formas anula posibilidades al esplendor democrático. Ni violencia oficial, ni violencia guerrillera, ni violencia paramilitar, ni violencia contra las mujeres y los niños, ni violencia contra la naturaleza deben persistir. Además del derecho y deber supremo de paz, tenemos, en coincidencia con el bicentenario de la independencia, la posibilidad real de vivir y confluir en armonía. Somos un país joven, la apasionante aventura de construir una verdadera república apenas comienza.
Parodiando el texto de Laura Roa Ayala en el diario La Libertad “Bolívar: un ser ejemplar”, podemos decir que este amor por lo que representa el Bicentenario de la Independencia ha sido producto de los encuentros empáticos y simpáticos con el docente investigador Reynaldo Mora Mora en nuestra formación como licenciados en ciencias en la Universidad del Atlántico, debemos decir, que pocos maestros se dedican a impulsar en sus estudiantes este deseo de amor pasión por lo nuestro para ser enseñado, y lo ha hecho desde la lectura y escritura del pensamiento y la obra de Bolívar para entender los magnos documentos, que en cada uno de ellos se configuran hechos históricos. El doctor Mora, todos los domingos nos hace entrega desde su “Tribuna Pedagógica” del acontecer educativo. En uno de sus “evangelios” dominicales nos presentó la impronta del más grande prócer de América, como un hombre pensante y actuante, gran luchador de la justicia social, quien nos entregó y dejó un legado, con sus magníficas enseñanzas en el campo de la educación, pero también en lo económico, en lo histórico, la política y la cultura, quien recrea sus hazañas en nuestro Caribe, que ha sido olvidado por la historia oficial.
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