No hay como Dios

El título de este artículo era el nombre que antes llevaba el carrito de helados de José, el quinto de siete hijos de Manuel Antonio Camacho Fontalvo y Matilde Julio Castellar. Por supuesto que nadie sabe cuántas gotas de sudar derramadas, ni cuantos soles y lluvias se ha chupado José Camacho, empujando su carrito de helados en 58 años de trajín, de actividad laboral, sin seguridad social en salud, ni pensión. Tampoco nadie sabe cuántas camisas, pantalones, chancletas, cotizas, y cachuchas se ha gastado en ese lapso de tiempo. Sólo él y su familia conocen el verdadero peso de la miseria, las angustias vividas, y los problemas cotidianos que surgen en torno de su singular negocio. En ningún tiempo ha recibido ayuda de los políticos (¡que infamia!). Sólo ha contado con el apoyo afectivo y solidario de Adelaida Bellio, su compañera de toda la vida, y madre de sus diez hijos, por quienes justifica su ardua lucha. Empezó a trabajar cuando frisaba los quince años de edad. Recuerda, que parqueaba su carrito de helados todas las noches en la puerta del teatro “Don Pepe”, o en el teatro “Habib”, y en cuanta fiesta se realizara en el pueblo: Corralejas, festivales, fiestas patronales, etc.
Por las calles sigue repicando alegre la campanilla que promociona sus ricos helados cremosos de coco con leche, de kola o chocolate, servidos en vasitos de cartón plastificado con cucharitas plásticas blancas. Antes eran servidos en conos de harina de trigo, que hoy no usa porque se ha encarecido mucho su precio. José no ha hecho otra cosa en la vida que vender helados. El arte de hacer y vender helados es, su vocación ineludible. Le cayó del cielo. Es su destino implacable. Pero con este negocio ha sobrevivido, le ha dado para comprar su casita y llevar el pan necesario para alimentar a sus diez hijos y educarlos. Además, le ha permitido mejorar su carrito que antes llevaba ruedas de hierro recubiertas con fajas de caucho y hoy lleva llantas de bicicleta. José nunca ha sentido la tentación de cambiar de negocio, con su carrito de helados se siente cómodo, feliz. Nunca ha sentido envidia por los grandes negocios, piensa que la vida se vive, con apenas lo necesario. Vender helados es un negocio elegante. Es como vender flores, o hacer ositos de peluches, poner serenatas o hacer cartas de amor por encargo. El helado es el antojo de los niños, duendes, y fantasmitas azules y rojos. Los adultos también lo degustan.
Por experiencia personal puedo asegurar que no es fácil mantener un negocio activo durante 58 años. José es un héroe de la economía informal, un emprendedor berraco, un ejemplo de trabajo constante para las generaciones presentes y futuras. Este Calamarense merece que el Estado colombiano lo premie con una pensión de vejez vitalicia.
Para el año 1961, José con su carrito de helados estaba sólo en la plaza. Por aquella época su única competencia eran lo helados envueltos que hacían la Mona Artud y Mercedes Vega, y que vendían los jóvenes a quienes apodaban “ Morrocó” y “Barranquilla” en tanquecitos de hoja de lata puestos al hombro. Actualmente tiene competencia, en el pueblo hay tres carros de helados y dos carros que venden raspao. Las tiendas también venden helados. Pero José no le teme a la competencia. Todos los días sale a batallar empujando su carrito de helados con optimismo, y con el mismo entusiasmo del primer día.
En la ciudad la venta de helados está bajo reglamento: el carro debe estar pintado de blanco, el vendedor debe llevar bata blanca y gorro blanco. En el pueblo no existe ley ni autoridad que reglamente esta actividad laboral. José vende sus helados en ropa informal, a veces, lleva abarcas tres puntá y cachucha de beisbolista. Su carro está pintado de azul y rojo como si reconciliara los colores emblemáticos de los partidos Liberal y Conservador.
José Camacho a sus 73 años de edad, sin enfermedades, y sin desmedro de su vigor físico, sigue empujando su carrito de helados y resonando alegre su campanilla de metal ante la indiferencia mezquina de los políticos.