Cuando la voz también protege

Por: Emilio Gutiérrez Yance

Dicen que Medellín amaneció envuelta en una neblina mansa el día en que llegaron los comunicadores policiales. Venían del Caribe luminoso, del Pacífico húmedo y musical, de los Andes altivos, de las grandes ciudades que duermen poco y de los pequeños pueblos donde aún se saluda por el nombre. Traían en la mirada el cansancio de los caminos y en el alma la fe intacta en su oficio: servir y contar.

En el IV Congreso de Comunicaciones Estratégicas, bajo el cielo gris de la ciudad, se reencontraron como viejos amigos que comparten una misma causa. Allí se hablaba de estrategias y de tecnologías, pero sobre todo de vidas. Entre una charla y otra, compartían historias que solo se escuchan en la Colombia profunda: la del policía que ayudó a traer un niño al mundo en una vereda sin médico; la del patrullero que logró reconciliar a dos vecinos enfrentados por una cerca; la de la mujer que enseñó a leer a los mayores de su corregimiento; la del sargento que, con una guitarra vieja, convirtió los domingos del cuartel en una fiesta para los niños del pueblo.

Ellos son comunicadores y policías, mitad palabra y mitad acción. Conocen el sonido de las sirenas, pero también el rumor del viento cuando una historia quiere ser contada. Saben que comunicar significa dar sentido a los hechos y que escuchar es una forma de servir.

Durante aquellos días, Medellín pareció contener la respiración. En los pasillos del congreso se cruzaban acentos, risas y silencios. Las conversaciones eran ventanas abiertas al país que todos soñamos: uno donde la empatía pesa más que el miedo y donde la noticia informa y une.

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Cuando el sol se escondió detrás de las montañas, alguien dijo que los comunicadores policiales son los nuevos cronistas del tiempo: narran las pequeñas epopeyas cotidianas, rescatan la dignidad escondida entre los pliegues de la rutina y le recuerdan al país que la esperanza también necesita micrófono.

De aquel encuentro quedaron apuntes, voces y una certeza: mientras existan hombres y mujeres que cuenten con el corazón lo que sucede en los rincones más olvidados, Colombia seguirá teniendo razones para creer en la bondad y en la palabra.