Por ENRIQUE DAZA GAMBA
El promocionado acuerdo para la paz en Gaza lanzado en Sharm el Sheij, Egipto, y que entró en vigor el 10 de octubre, más que un acuerdo de paz fue la declaratoria de una tregua o de un cese de fuego con pronóstico reservado.
Paz estable o simple alto al fuego
De los veinte puntos que contiene el acuerdo, solamente el primero está teniendo una implicación práctica inmediata.
Se trata de la devolución por parte de Hamás de los rehenes israelíes, tanto los vivos como los cadáveres de los fallecidos, y la liberación de dos mil presos palestinos de las cárceles israelíes. Para ello se acordó que el ejército israelí se retiraría de ciertas zonas de Gaza, pero manteniendo el control del 53 % de la región, y se abrirían los puestos fronterizos para la llegada de ayuda humanitaria.
El acuerdo está permitiendo el retorno de miles de palestinos a sus hogares y significa un alivio, al menos temporal, a la grave situación de la población palestina, que lo acogió con regocijo.
Después de haber recibido durante casi tres años 85 mil toneladas de bombas, con una potencia total de más de seis veces de lo que representó la bomba de Hiroshima, más de sesenta mil muertos e incontables sufrimientos, el acuerdo representa un alivio indiscutible para la población.
En la construcción del acuerdo tuvieron un papel significativo los gobiernos de Egipto, Catar, Turquía y Estados Unidos, que aparecen como mediadores. No asistieron a la ceremonia representantes de Hamás ni de Israel, pero tampoco de Irán, pieza fundamental en la geopolítica de la región.
La fase uno del acuerdo está en marcha, pero ya hay violaciones flagrantes. Israel protagonizó nuevos bombardeos que arrojaron más de 96 palestinos muertos en represalia por dos israelíes muertos, en medio de acusaciones mutuas de violación de lo pactado.
Varios cuerpos de israelíes muertos no han sido entregados, pues Hamás aduce que están bajo los escombros e Israel, como respuesta, no ha abierto el paso de Rafah, única vía de las que comunican a Gaza con Egipto por fuera del control israelí.
Objetivos ambiciosos, pero difíciles de concretar
Mientras se pone en práctica la fase 1, las partes vienen negociando al parecer las fases posteriores, que pueden significar mayores desacuerdos e incluso reducir lo definido exclusivamente a una tregua.
Israel ha exigido la entrega de armas, la desmilitarización y la destrucción de la infraestructura militar de Hamas, punto que este grupo no ha aceptado, basado en el incumplimiento de Israel de todos los acuerdos anteriores y el temor a quedar inermes ante el ejército israelí.
Una fuerza de estabilización internacional detentaría el control militar y, posteriormente, lo haría una policía palestina, cuyas características y composición no se han definido. Israel exige que Hamás sea eliminado, pero este solo acepta su retiro del control de la Franja. Con posterioridad al acuerdo, Netanyahu declaró que este era apenas un alto al fuego para la libración de los rehenes, que Israel no renunciaría al control de la seguridad en la región y que sus operaciones se mantendrían hasta la eliminación total de Hamás.
Hamás aceptó que se creara una administración tecnocrática en la que no participaría directamente pero que debería ser consensuada entre los palestinos y los países árabes e islámicos. Esto representa un cambio en el enfoque tradicional de Hamás que lo enfrentaba a otros sectores palestinos e incluye la participación de otros países árabes e islámicos, con profundos desacuerdos entre sí.
Varios de ellos, como los Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Arabia Saudita, están muy influidos por Estados Unidos. Otros están en contradicción abierta con él, como es el caso de Yemen e Irán, que no estuvieron en la suscripción del acuerdo.
Este enfoque sobre la nueva administración de Gaza choca con la propuesta anglosajona de que la administración la ejercieran unos cuantos grandes empresarios coordinados por Donald Trump y el ex primer ministro británico Tony Blair. El desacuerdo no es simplemente administrativo, sino que versa sobre el futuro mismo de Gaza, su reconstrucción y destino económico.
El contexto dentro del cual se ha suscrito el acuerdo es sumamente complejo. Israel ha ampliado sus operaciones al Líbano y a Siria y ha anunciado la continuidad de la guerra contra Irán, que a su vez se prepara para enfrentarla, esta vez con un mayor apoyo de Rusia y China y el respaldo nuclear de Pakistán.
Trump declaró el fin definitivo de un conflicto de tres mil años, pero en el discurso de lanzamiento en la cumbre hizo una apología de su apoyo militar a Israel y pidió el indulto para Netanyahu, acusado de varios delitos por corrupción.
El acuerdo no incluye nada sobre el Estado palestino ni sobre el futuro de Cisjordania y nada lógicamente sobre la posible convivencia de dos Estados en la zona, reivindicación exigida y reconocida por la mayor parte de los países del mundo.
En esas condiciones es previsible que el conflicto continúe y se requiera una condena más enérgica al gobierno de Israel y una mayor solidaridad con el pueblo palestino.












