La Constituyente imposible

Por Carolina Restrepo Cañavera

Entre un supuesto golpe de Estado y una Asamblea Constituyente, este gobierno vive de fabricar caos. Cada semana inventa un sobresalto nuevo para mover al país como un hámster dentro de una rueda: mucho ruido, ninguna dirección. Pero más allá de la intención política, lo cierto es que una Constituyente no solo es absurda: es imposible.

El proceso está claro en la Constitución. Para convocar una Asamblea Constituyente se requiere un acto legislativo aprobado en cuatro debates entre Senado y Cámara, dentro de una misma legislatura. Luego debe pasar a revisión de la Corte Constitucional, y solo después podría convocarse una votación popular en la que al menos una tercera parte del censo electoral la apruebe.

Eso significa tiempo, trámite, mayorías y voluntad política. Ninguno de esos factores existe hoy. El Congreso está agotado, el gobierno no tiene cohesión, y la Corte Constitucional difícilmente avalará una iniciativa que no cumple con los estándares mínimos de constitucionalidad y oportunidad.

Estamos a meses del cierre del mandato y ni siquiera se ha presentado el acto legislativo. Jurídicamente, ya no alcanza. No hay calendario posible para cumplir los cuatro debates, ni espacio político para conseguir los votos. Y aun si se intentara forzar, la Corte lo frenaría por vicios de trámite y por evidente falta de competencia material.

Por eso hablar hoy de una Constituyente no es una propuesta: es un distractor. Una maniobra para mantener la tensión, desviar la atención de la parálisis gubernamental y agitar emocionalmente a la opinión pública. Mientras el país discute una hipótesis inviable, el Estado sigue sin ejecutar presupuesto, sin invertir y sin gobernar.

No hay que caer en ese juego. La Constituyente es la nueva cortina de humo de un poder que se quedó sin gestión. No tiene viabilidad jurídica, ni soporte político, ni sentido institucional. Tiene, eso sí, una función clara: ocupar la agenda nacional con un debate ficticio mientras el gobierno consume sus últimos meses sin resultados.

Y en esa rueda seguimos todos: discutiendo la Constituyente que no será, mientras el reloj corre, el país se desgasta y el vacío de gobierno se convierte en el único legado posible.