Milagro en un cajero

Por Álvaro Cotes Córdoba

Monti, un fotógrafo profesional, llegó una noche a un cajero bancario para retirar la cantidad de doscientos mil pesos, lo único que le quedaba del pírrico sueldo que ganaba cada mes en la editorial donde laboraba hacía más de diez años.

A pesar de que era tarde, las 9:30 PM, se arriesgó a ir al más próximo, ubicado a dos cuadras. Además, como se encontraba casi al pie de la calle, a un metro exacto, le facilitaba estar cerca de su vehículo, una motocicleta de cilindraje medio que aún conservaba como nueva, pese a tener ya cinco años de trajinar sobre ella todos los siete días de la semana hasta por los barrios más recónditos de la ciudad y a la que no solo mantenía limpia sino también cuidaba de los ladrones.

En Santa Marta, por esos días, la inseguridad seguía alarmante y parecía que no existiera autoridad, porque los delincuentes, atracadores y sicarios, salían a trabajar como si no le debieran nada a nadie o no le tuvieran ni pizca de miedo a los policías, los cuales tampoco tenían quien les exigiera más.

El que les debía exigir se hallaba concentrado en gestiones diferentes, una de ellas, por ejemplo, era conseguir dinero para mostrarle a los ciudadanos al menos un par de obras importantes que los mantuviera contentos y entretenidos por los dos restantes años que le faltaban a su administración muy cuestionada por su descarada carencia de promesas cumplidas.

Antes de introducir su tarjeta en la ranura del cajero, miró hacia los lados, con el fin de identificar la posible presencia de algún delincuente o persona sospechosa. Al comprobar que no se veía una sola alma en ambos lados de la calle, metió el plástico y esperó por unos segundos que el sistema le mostrara en la pantalla los pasos tradicionales a seguir.

Siguió cada paso y cuando acabó de teclear los cuatro números de la clave, ocurrió el gran milagro…

*Mañana domingo les comparto el final de este cuento tan real como el Morro que tiene Santa Marta al frente de su bahía.*