El régimen de Nicolás Maduro y sus colaboradores han intentado, con desesperación, sembrar una narrativa de miedo: «Si sacamos a Maduro del poder (que usurpa), Venezuela se sumirá en el caos».
Esta maniobra, cargada de cinismo, busca perpetuar un régimen que ha hundido al país en una tragedia sin precedentes. Pero, como bien lo ha señalado María Corina Machado, la realidad debe verse en contraste: el caos no es una amenaza futura, es la devastadora realidad que los venezolanos padecemos hoy.
Librar a Venezuela de Maduro no traerá caos, sino que lo expulsará, abriendo las puertas a la paz, la justicia y el progreso que encarna el Plan Tierra de Gracia, listo para desplegarse con un gobierno de transición liderado por Edmundo Gonzalez Urrutia.
Esta maniobra, cargada de cinismo, busca perpetuar un régimen que ha hundido al país en una tragedia sin precedentes. Pero, como bien lo ha señalado María Corina Machado, la realidad debe verse en contraste: el caos no es una amenaza futura, es la devastadora realidad que los venezolanos padecemos hoy.
Librar a Venezuela de Maduro no traerá caos, sino que lo expulsará, abriendo las puertas a la paz, la justicia y el progreso que encarna el Plan Tierra de Gracia, listo para desplegarse con un gobierno de transición liderado por Edmundo Gonzalez Urrutia.
Por eso, los venezolanos hemos decidido con firmeza: el cambio no es una opción, es una urgencia. No queremos perpetuar este caos que Maduro y su régimen representan. Queremos echarlo, clausurarlo, y dar paso a una era de libertad, paz, justicia y progreso. Venezuela no es tierra de odio, ni de diferencias raciales, ni de fanatismos religiosos. Somos un pueblo bondadoso, entusiasta y emprendedor, que históricamente ha sabido superar adversidades con unidad y esperanza. Los «apoderados» que hablan por Maduro buscan sembrar pánico alegando que “Venezuela reciclará las tragedias de Irak y Libia. ¡Absolutamente falso!
En Irak, la caída de Saddam Hussein en 2003 desató una lucha de poder entre sunitas, chiitas y kurdos, exacerbada por décadas de represión sectaria. En Libia, la fragmentación tras la caída de Gadafi en 2011 se debió más a divisiones tribales y regionales, en un contexto de ausencia institucional. Venezuela, en cambio, tiene una sociedad relativamente homogénea en términos religiosos (predominantemente cristiana) y étnicos, sin divisiones dogmáticas marcadas que puedan escalar a un conflicto armado generalizado.
En Libia, la proliferación de milicias armadas tras la revolución de 2011 llevó a una guerra civil prolongada. En Irak, grupos como Al-Qaeda y, más tarde, ISIS, aprovecharon el vacío de poder. En Venezuela, aunque existen grupos relacionados con la violencia como los «colectivos» al servicio de Maduro, estos no tienen la misma capacidad militar ni la autonomía de las milicias libias o iraquíes.
Además, las Fuerzas Armadas Venezolanas, aunque con una élite atada al régimen con los hilos de la corrupción, la mayoría de sus efectivos (70%) sufragaron a favor de Edmundo Gonzalez en los comicios del pasado 28 de julio. No se descarta que componentes de esa Fuerza Armada puedan desempeñar un papel clave en la transición, apoyando sin remilgos a un nuevo gobierno y adaptándose, sin condiciones, a su rol en él.
En Irak y Libia, las intervenciones extranjeras y los intereses de potencias regionales (como Irán, Arabia Saudita o Turquía) alimentaron conflictos proxy o guerras por delegación, que son enfrentamientos en los que potencias externas no combaten directamente, sino que apoyan a grupos o actores locales (como dictaduras, milicias o rebeldes) para que luchen en su nombre, promoviendo sus intereses estratégicos, políticos o económicos sin involucrarse de manera directa.
Estas potencias proporcionan recursos como armas, financiación, entrenamiento o apoyo diplomático a las partes en conflicto, usando el escenario local como un «tablero» para su rivalidad. En Venezuela, aunque hay intereses externos ( Rusia, China, Irán, Cuba), la región latinoamericana está abrazada a la causa por la libertad de Venezuela, aunada a la coalición trasatlántica contra el narcotráfico y el terrorismo que promueve el gobierno de los estados Unidos, lo que reduce al mínimo la probabilidad de que una salida de Maduro derive en un conflicto regional o internacional.
Las tensiones en Venezuela son principalmente políticas, ideológicas y morales que desembocan en una batalla entre el bien y el mal. La crisis venezolana se caracteriza por un colapso económico y humanitario (hiperinflación, escasez, emigración masiva), y no por un conflicto armado generalizado.
A diferencia de Irak o Libia, donde la violencia tribal ya existía antes de la caída de los regímenes, en Venezuela la violencia es localizada en el terrorismo de Estado que ejecuta Maduro (represión estatal, crimen organizado) y no hay un conflicto armado estructurado. La transición se centraría en la reconstrucción ética, social, económica y la reconciliación humanitaria y política, más que en combatir insurgencias armadas.
A pesar de la polarización, los venezolanos compartimos una identidad nacional fuerte, reforzada por décadas de democracia antes del chavismo. Esto contrasta con Irak, donde las divisiones sectarias eran históricamente profundas, o Libia, donde las lealtades tribales predominaban. La sociedad venezolana, aunque dividida, ha mostrado capacidad de movilización pacífica enarbolando banderas (como las marchas cívicas celebradas a lo largo de estos 5 lustros, incluidos revocatorios, plebiscitos o las elecciones de julio de 2024), nunca mostrando ni amenazando con armas de fuego, lo que sugiere que una transición podría canalizarse a través de mecanismos políticos más que violentos.
La Venezuela de aquellos años que exhibía a una población fracturada y estremecida por turbulencias de polarización entre chavistas y opositores ha cambiado. Esa página la hemos pasado. Veamos: el 28 de julio de 2024 más del 70% de los ciudadanos votaron por la opción de Edmundo y María Corina. Al día de hoy más del 90% respalda un cambio profundo en el país. En esos guarismos están registrados también mujeres y hombres de todos los ámbitos sociales, económicos, gremiales, estudiantiles, culturales y militares, que antes se proclamaban «chavistas», pero que hoy no esconden su malestar y hartazgo por todo lo que representa Maduro.
La salida de Maduro y el inicio de una transición no será «coser y cantar» porque el país está destrozado en todos los órdenes, pero las condiciones de Venezuela hacen improbable un escenario de caos como el de Irak o Libia. Sin embargo, el éxito de una transición dependería de la capacidad de los actores políticos para negociar, procurar la cohesión de las Fuerzas Armadas ahora desestructuradas y consolidar el apoyo internacional para estabilizar la economía, activando el Plan Tierra de Gracia que contempla sacar con urgencia a la gente de la pobreza en la que está postrada. Y en esa línea están operando eficientemente en llave María Corina Machado y Edmundo Gonzalez.
Lejos de caer en el caos, la salida de Maduro será el inicio de una gran fiesta nacional, un momento de celebración para cerrar uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia y de la humanidad. Con el Plan Tierra de Gracia y un gobierno de transición atinadamente conducido, construiremos juntos una Venezuela donde reine la prosperidad, la reconciliación y la justicia. El caos no viene, el caos se va. Y con él, se irá Maduro y todo lo que representa. ¡Adelante, Venezuela, hacia la libertad!