Quintero, De la Espriella y las (malas) compañías

Por Laura Ardila Arrieta
Por Laura Ardila Arrieta

Por Laura Ardila Arrieta

Aparentemente contrarios, Daniel Quintero y Abelardo de la Espriella se parecen en la apuesta por el efectismo de sus respectivas iniciativas electorales, a través del cual ambos ponen a sonar sus nombres y están estableciendo la agenda de la precampaña. Pero, sobre todo, son idénticos en que, más allá de propuestas ciudadanas, la gran promesa de sus proyectos es eliminar, resetear, destripar, a quien piense distinto a ellos.

Son los aspirantes y promotores del odio: el odio a Petro y a los petristas (a quienes su odiador De la Espriella trata de “guerrilleros”), y el odio a Uribe y a sus uribistas (o “paraquitos”, como les dice Quintero).

Los dos alzan la mano para decir que quieren gobernar, sólo que nada más para la gente que les gusta y no les incomoda. El resto son enemigos y vendepatrias, según su lenguaje de inquina. Por supuesto, cómo no, también coinciden estas dos caras del mismo espejo cuando aseguran que lo harán distinto, de manera pulcra, que su alianza es “con el pueblo” y no con los políticos “de siempre”, responsables del desgreño y la desidia históricas que nos tiene empantanados.

Eso dicen. Y, ya que pretenden postularse para semejante privilegio, habría que indagar más por lo que no dicen.

Nada habla más de un político en campaña que aquello de lo que no habla.

Para la puesta en escena de las redes sociales, para la foto con el puño arriba, para la entrevista y la cancioncita pegajosa: el cálculo, la pose, las costuras bien tapadas y los esqueletos en el closet. Por eso, el mayor desafío a la hora de mirar con rigor los debates electorales es justamente ser capaces de revisar más allá de esa versión oficial y planeada.

Ahí, por esa esquina, es por la que aparecen las compañías y padrinos. Las que no muestran, se entiende. A las que no les hacen bombo en video con luces bien puestas.

Hace unos días, por ejemplo, De la Espriella recibió 16.122 firmas que para avalar su candidatura presidencial le recogieron en Sahagún, Córdoba, el pueblo que, como bien se sabe, ha demostrado ser un microcosmos de la realpolitik colombiana y del que, además, son oriundos los padres del aspirante. Las entregó un pudiente político y empresario local llamado

Leiber Perdomo. Lo que no dijo el autoproclamado “tigre” en el video de la entrega publicado en redes es que uno de los recolectores y principales líderes de su campaña en esa tierra es Emilio Otero Dajud, el poderoso ex secretario del Senado que este año apareció mencionado como un supuesto lavador de plata de la mafia.

Según un documento reservado de la Fiscalía, que El Espectador publicó en mayo pasado, Otero Dajud habría participado en movimientos comerciales que involucraron dineros del capo oculto del narcotráfico Javier Rojas, alias Maracuyá. El exfuncionario es conocido en Córdoba como un influyente y polémico hombre, sin votos pero con músculo económico, y es tan cercano a la campaña de De la Espriella que se le ha visto en primera línea en varios actos públicos y privados de la misma, incluyendo una exclusiva aparición en tarima detrás de Abelardo.

En la orilla contraria, aunque tan parecida, está el “independiente” Quintero, cuya campaña está tocando la puerta de maquinarias como la del congresista conservador de Bolívar Fernando Niño, cuya estructura propia nació en sociedad con su cuñado William Montes, excongresista condenado por parapolítica. Pude confirmar que ya ha habido conversaciones y que, de hecho, Niño está pensando en respaldar a un aspirante a la Cámara bolivarense por el Pacto Histórico, llamado Amaury Julio, quien hace unos días acompañó a Quintero a una caminata por el Mercado de Bazurto en Cartagena.

Sigamos mirando. Sobre todo, en las regiones. En un país hastiado de tramposos, donde la desconfianza no distingue ideologías, las (malas) compañías son más reveladoras que cualquier show.