El Teniente Rivera: cuando servir a la patria significa estar lejos de lo que más ama

Tras sobrevivir a emboscadas y atentados, guarda un anhelo sencillo pero inmenso: volver al regazo de su madre, donde ningún uniforme ni medalla puede reemplazar un abrazo.

Por: Emilio Gutiérrez Yance

Dicen que los héroes se forjan en el fuego, el dolor y la pérdida. Rubén Andrés Rivera Giraldo, en cambio, nació del amor paciente de una maestra y de la rectitud de un bombero, bajo la neblina que arropa los cafetales de Manzanares, Caldas, donde cada amanecer huele a tierra húmeda y a coraje. Hijo único, entendió muy pronto que la vida se construye con disciplina y ternura a partes iguales. Hoy, convertido en teniente de la Policía, su mayor batalla no se libra en las calles, sino en la distancia que lo separa de lo que más ama.

Desde pequeño supo que la vida no sería fácil. Pasaba tres horas diarias en chiva para llegar al colegio. A su regreso lo recibía el olor a humo impregnado en el uniforme de su padre, testigo de incendios apagados a pulso. Y también la dulzura de su madre, que con una tiza en la mano enseñaba no solo a él, sino a generaciones enteras en el corregimiento de Las Margaritas, un lugar pequeño donde se aprenden las grandes lecciones de la vida.

Un día, un incendio devoró siete viviendas y lo cambió todo. Rubén, aún niño, vio a bomberos y policías enfrentarse hombro a hombro contra las llamas. El ruido del crujir de la madera, los gritos desesperados de los vecinos y el calor sofocante marcaron en él una revelación: su destino estaría en ese uniforme que significa servicio y entrega.

El camino hacia ese sueño no fue sencillo. Durante años intentó ingresar a la Policía como oficial, y durante años recibió negativas. Estudió criminalística, memorizó himnos, repasó códigos y se entrenó con disciplina de soldado. Cada rechazo lo golpeaba, pero nunca lo quebró. Persistía, convencido de que su vocación era más fuerte que cualquier obstáculo. Incluso cuando un error administrativo casi lo deja por fuera, resistió. Y venció.

En 2012, por fin, se graduó como patrullero. Seis años después, en 2018, alcanzó el grado de subteniente. Ese mismo año, la tragedia sacudió la Escuela General Santander: un atentado segó la vida de jóvenes cadetes. Si él no hubiera culminado a tiempo sus estudios, habría estado en la guardia atacada aquel día. La muerte lo rozó de cerca, pero su lema de vida lo sostuvo: “todo lo que pasa es por algo, y lo que no también”.

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Su carrera lo llevó a territorios difíciles. En Risaralda, la violencia lo alcanzó de cerca cuando un compañero cayó en una emboscada. De ese episodio nunca habló con su madre. Prefirió regalarle paz en lugar de angustia. Ese silencio fue también un acto de amor.

Hoy, a sus 33 años, el teniente Rivera presta servicio en el departamento de Bolívar. Hace apenas unas semanas se convirtió en noticia nacional al rescatar, bajo la lluvia y el barro en un paraje solitario de María La Baja, a una anciana de 84 años con alzhéimer que llevaba tres días desaparecida. Para muchos fue un acto de heroísmo; para él, solo el deber de un policía que no se rinde y que en cada mujer anciana ve el rostro de su madre.

Pero lejos de los aplausos y los titulares, su mayor batalla no se libra en las calles. Se libra a veinte horas de distancia, en una casa donde su madre, doña Nelly Giraldo, enfrenta un cáncer de piel. Ella, la misma que le enseñó las primeras letras y lo alentó a nunca rendirse, hoy necesita a su hijo más que nunca.

Desde la distancia, con los ojos humedecidos, la acompaña cada día a través de videollamadas: la guía en sus ejercicios, le recuerda con paciencia los medicamentos y la anima a seguir enseñando, porque para ella dar clases sigue siendo una forma de resistir. Sin embargo, Rubén sabe que ninguna pantalla, por nítida que sea, podrá sustituir el calor de un abrazo ni la ternura de una caricia.

Después de sobrevivir a emboscadas, atentados y a la sombra amarga de la corrupción, ha comprendido que la verdadera victoria no está en las medallas ni en los ascensos. Su anhelo más profundo, el que late con fuerza en su corazón, es poder regresar al lado de su madre en esta etapa decisiva de la vida. Porque a veces, el mayor reconocimiento que un servidor merece no es un rango más alto, sino la posibilidad de estar presente en el abrazo que lo sostiene y en la voz que le da razones para seguir.

El teniente Rivera ha demostrado con creces que es un hombre de vocación y servicio. Pero también ha demostrado algo aún más grande: que la verdadera heroicidad no se mide en condecoraciones, sino en la capacidad de amar.

Porque al final, los héroes no siempre se definen por los rescates que realizan, sino por los amores que los sostienen. Y en el corazón del teniente Rivera, late con fuerza con un gran y un único propósito: volver al abrazo pendiente.