REFLEXIONES CURRICULARES

 

Por: Stella Oliva Pérez

 

Hablar de educación es hablar de tensiones permanentes: entre lo que exige la sociedad, lo que desean las familias, lo que necesitan los estudiantes y lo que definen las políticas oficiales. En medio de ese debate, aparecen dos miradas críticas que resultan complementarias. Por un lado, Josef Kraus cuestiona la llamada “pedagogía peluche”, un estilo educativo blando y complaciente que evita los límites y el esfuerzo. Por otro, el maestro Reynaldo Mora Mora propone un camino distinto: un currículo contextualizado, pertinente y crítico, que no se rinda a la comodidad ni al instrumentalismo tecnocrático.

Ambas miradas, aunque nacen de contextos diferentes, se encuentran en un mismo punto: la necesidad de una educación exigente, humanizadora y profundamente transformadora.

Kraus advierte que una pedagogía demasiado permisiva —esa que busca proteger en exceso y evitar toda frustración— termina debilitando el carácter de los estudiantes. La sobreprotección genera baja tolerancia a la frustración, escasa autonomía y poca responsabilidad. Es decir, produce jóvenes poco preparados para la vida real.

Este tipo de educación, centrada en la comodidad inmediata, puede parecer atractiva porque evita conflictos y mantiene una aparente armonía. Sin embargo, a largo plazo priva a los estudiantes de experiencias necesarias para crecer: el esfuerzo, la disciplina, el error y la resiliencia. Como recuerda Kraus, educar no es solo acariciar, sino también orientar con claridad y firmeza.

En sintonía con esa crítica, el maestro Reynaldo Mora Mora cuestiona la rigidez del currículo oficial, al que considera frío, instrumental y desconectado de la vida social. Frente a ello, plantea el Currículo Contextualizado y Pertinente (CCP), sustentado en la Teoría Curricular Contextualizada y Pertinente (TCCP) y en la Investigación Acción Participación Curricular (IAPC).

Su propuesta parte de un principio claro: el currículo debe dialogar con el contexto y responder a las necesidades reales de los estudiantes y las comunidades. Por eso, Mora Mora habla de una Nueva Cultura de la Evaluación (NCE), más humana y sociocultural, que reemplace la visión tecnocrática de los exámenes estandarizados.

Inspirado en pensadores como Nietzsche y Foucault, advierte que el sistema educativo no puede seguir dominado por tecnócratas ni por pruebas diseñadas para satisfacer el mercado. La escuela debe formar ciudadanos críticos y democráticos, no simples competidores en un ranking.

Cuando unimos la crítica de Kraus y la reflexión de Mora Mora, descubrimos un mensaje común: la educación no puede ser complaciente ni reducida a la lógica del mercado. Tanto la “pedagogía peluche” como el currículo oficial tecnocrático son caras de la misma moneda: modelos que evitan lo esencial.

En el otro, en la frialdad de la evaluación estandarizada y el reduccionismo de las competencias.

Frente a ambos extremos, la alternativa es clara: una educación que conjugue afecto con rigor, acompañamiento con exigencia, empatía con responsabilidad, siempre vinculada al contexto social y cultural.

Educar no es ni mimar en exceso ni entrenar para el mercado. Educar es acompañar procesos de vida, formar ciudadanos críticos, fortalecer la autonomía y desarrollar la capacidad de pensar y transformar la realidad.

La advertencia de Kraus contra la “pedagogía peluche” y la propuesta de Reynaldo Mora Mora sobre el Currículo Contextualizado y Pertinente no se contradicen; al contrario, se complementan. Juntas nos muestran que la verdadera educación es aquella que combina humanidad y exigencia, sensibilidad y firmeza, teoría y contexto.

En definitiva, lo que está en juego es el futuro de nuestros estudiantes y de la sociedad misma. Apostar por una pedagogía crítica, contextualizada y humanizadora es el camino para que la escuela deje de ser un espacio complaciente o burocrático y se convierta, de verdad, en un lugar de transformación y esperanza.