Por: Mauricio Botero
Joseph Goebbels, mano derecha de Hitler, fue el divulgador maestro de los nazis. Como cabeza del Ministerio de Propaganda, Goebbels controlaba el flujo de información pública a través de todos los medios de comunicación masiva. En un artículo publicado en la revista “Política Exterior”, el analista Javier García Toni revela varias facetas de este miserable: “Y sabemos también que, de todos los jerarcas nazis, fue seguramente Goebbels el que más legado dejó. No dejó seguidores, en términos estrictos, pero sí nos enseñó el poder infinito que tienen las emociones en las masas. Su tesis es tan espeluznante como contemporánea: avivar e inculcar el odio funciona. La búsqueda de un enemigo exterior ayuda a tapar las miserias propias y moviliza. Que se lo digan a la colección de mandatarios internacionales que miran desde sus fronteras hacia fuera para encontrar a sus malos. Eso sí: la ira se despierta fácil, pero se apaga difícil. Y las masas, expuestas a discursos de odio, viran fácilmente hacia tesis que siempre acaban en violencia.”
Goebbels creía que los mensajes, aparte de ser cortos, debían ser simples, emocionales, y repetidos de manera reiterativa, identificando a enemigos del Estado (Judíos, comunistas, extranjeros…) como amenazas existenciales para el pueblo alemán. Estas políticas convirtieron a la propaganda nazi en una herramienta de control social muy eficaz y contribuyeron directamente al éxito inicial del régimen y a la radicalización de sus políticas, incluida la Solución Final que era la exterminación total del pueblo judío.
Pero si bien Goebbels dirigía una maquinaria totalitaria con control total de todos los medios, censura y persecución de opositores, en Colombia por ahora está haciendo carrera usar instituciones públicas para difundir mensajes políticos como una forma de propaganda estatal, similar en esencia a la idea de controlar todos los canales de comunicación para influir en la opinión pública, colonizando el aparato estatal para imponer un solo relato que es el oficial. En muchas ocasiones se impone un discurso lleno de odio, en la que los enemigos del actual gobierno (oligarcas, fascistas, congresistas, magistrados) son específicamente señalados. Pero si esto no fuera suficiente, el gobierno actual pretende convertir a un número importante de entidades oficiales como son el Servicio Geológico Colombiano IGAC, la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo (Ungrd), el Archivo General de la Nación, el Centro Nacional de Memoria Histórica y la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria (Upra), y el Ministerio de Deporte, entre otras, en un megáfono oficialista. Los noticieros, los especiales, las transmisiones de conciertos y hasta los eventos deportivos terminan, por obra y gracia de RCTV y de Hollman Morris, en vitrinas para exhibir la ideología del gobierno. El lema parece ser igual al que practicaba Goebbels: “Quien controla la narrativa, controla el poder… una sola verdad, un solo relato, un solo líder”.
Lo del IGAC es especialmente ridículo. ¿Qué tienen que ver los movimientos sísmicos con el discurso progresista? ¿Los cambios en las placas tectónicas son una metáfora del “cambio” que promete el régimen? Como señalaba un gracioso, “No nos sorprendería que, en cualquier momento, un comunicado oficial nos diga que el volcán Nevado del Ruiz está en erupción por culpa de la oligarquía.” El Servicio Geológico no está para aplaudir políticas, presidentes ni agendas partidistas; está para informar objetivamente sobre fenómenos naturales, no para hacerle coro al discurso del poder. Meter discurso político en una institución científica es peligroso: convierte el conocimiento en herramienta ideológica, algo propio de regímenes autoritarios que disfrazan propaganda de verdad técnica.