Al oído de la oposición: Al rescate del concepto pueblo, de su legitimación y de su apropiación

Por: Fernando Torrecilla Navarro.

Octubre 4 de 2025.

El Poder, a través de toda la historia de la humanidad ha signado y subyugado al hombre, atendiendo a que la fragilidad de la naturaleza humana lo requiere. Es una necesidad ingénita y patológica, que va en una búsqueda incesante de seguridad, tranquilidad y necesidad de sentirse defendido y protegido por un ser superior sumido en su abstracción inicialmente, pero que al paso del tiempo va surgiendo la necesidad imperiosa de darle corporeidad, a ese sentimiento de superioridad que va evolucionando a través transmigraciones que van del mito al logos, a la episteme, en un ascenso vertical en busca afanosa de la perfección.

La perplejidad del rostro del poder se va transformando, muy lentamente, al compás del paso del tiempo; lento, pero, constante y seguro, es señalado y buscando inicialmente por los presocráticos en el cosmos, que intentan que el gnomos -ley del hombre- imite a la physis -leyes del universo- por su perfección. Posteriormente, acompasado con el desarrollo hacia la civilidad, tratan de hallarlo en la naturaleza; luego en un concepto religioso, en Jesús con el cristianismo y paralelamente vienen los reyes y las monarquías de origen divino, para finalmente, con el influjo de la ilustración – que representa un ideal tan exigente que no ha podido realizarse aún – pasa a ser el Pueblo, el Gran Soberano, en los regímenes democráticos, por la deconstrucción de la fe en dios por la fe en la razón

Y para que no quede el menor resquicio de duda, en nuestro caso particular, la Constitución de 1991 que dejó sin vigencia a la de 1886, sustituyó el origen del poder en Dios por el concepto Pueblo: “El Pueblo de Colombia en ejercicio de su Poder Soberano expide la siguiente Constitución (…) “La soberanía reside esencialmente en el Pueblo…” Art. 3º Superior.

En este exiguo aliento temporal se comprimen más de dos mil quinientos años de liberación y búsqueda espiritual de la humanidad para soportar sus reglas de conducta constitucionales que constituyen el más alto grado de civilidad que ha alcanzado la humanidad. De ahí que, el concepto de legitimidad y su teorización ha sido punto axial para entender y comprender, desde diferentes posturas filosóficas, ideológicas, políticas y religiosas, las etapas de escalonamiento y metamorfosis que ha tenido la figura del Poder Político.

Fue esta inversión de significado y contenido – de dios a pueblo- el origen de la legitimidad del poder, la Sala de Máquina -parafraseando a Gargarella – que entró a todo vapor, a hora si, a deslegitimar a la Monarquía Absoluta de Luis XIV en Francia, que incuestionablemente se inspiró en las revoluciones inglesas del siglo XVII, que dieron marcha atrás al absolutismo de la dinastía de los Estuardo en los años 1642 – 1661, donde su producto final es la construcción de un sistema político nuevo denominado Monarquía parlamentaria, en donde las funciones del Monarca estaban delimitadas y reguladas por la Constitución, que era reglamentada y expedida por el Parlamento.

Dentro de la anterior tesitura viene marcada por la revolución de los E.E.U.U., en 1.776 la cual viene presidida por los riguroso cambios económicos y sociales del siglo XVIII en donde sus protagonistas fueron la clase burguesa y la clase trabajadora. En esa misma línea de tiempo a principios del siglo decimonónico – 1917- estalla la revolución rusa, resaltando que todas las anteriores sublevaciones tienen un factor común en su causa: el desconocimiento de las Monarquías del despotismo ilustrado, que tenía como fuste el concepto de ser representantes de dios. Nuestro país, en años posteriores, a principio de la colonia, será un reflejo espejo de todas las anteriores circunstancias revolucionarias del resquebrajamiento la Monarquía absoluta española en cabeza del Rey Fernando vii debido a su debilitamiento por la guerra que sostenía con Francia.

Dando un salto brusco del pasado al presente y en el pleno umbral de las próximas elecciones presidenciales, un rápido recorrido a las narrativas de los candidatos de la oposición, observamos que han borrado la percepción y contenido de Pueblo, tan claro en nuestro contexto político y jurídico. No mencionan ni hacen alusión directamente al origen del poder político: El Pueblo. Pareciera que el concepto pueblo lo hayan expulsado de ese amplio margen del espectro político que ocupan, con las graves consecuencias que este hecho omisivo ha facilitado su apropiación exclusiva por parte de los grupos de izquierda. Parecería que la institución pueblo pudiera ser leída, expresada o conjugada solo en dicción de los gobernistas a causa del abandono de sus contradictores.

“(…) Así, pues, el discurso político debe estar dirigido en favor de los débiles, que está en la obligación de mejorar la suerte de los trabajadores inscribiendo en su programa reivindicaciones que le son propias. Es necesario que estemos con el pueblo, no con meras formas políticas sino económicas, pero sin robárselas. Hay que buscar en las capas sociales a todos los que de veras no sean libres ni iguales, a todos los que vivan en un estado de inferioridad por culpa de la defectuosa organización social. Debemos utilizar el poder en beneficio de las mayorías no de las élites y legislar en los aspectos todavía que son inéditos de la previsión social, de las cooperativas y de los sindicatos en la asistencia médica…”

(…)

“(…) Hay que estar preocupado por la suerte del pueblo, de las aldeas y de los campesinos, porque los que viven en las ciudades se sustraen de diversas formas a la opresión política y religiosa, mientras que sobre los campesinos ignorantes e inocentes pesa aquí una tiranía que sólo tuvo lugar en la edad media europea. Hay que ir en auxilio de nuestros desventurados compatriotas y para llevar a sus almas aterrorizadas un soplo refrescante y vivificador, ese debe ser el principal propósito de todos…”

(…)

“(…) Reconocer que nos debemos inspirar en el Estado social de Derecho, en el socialismo de estado que no es ajeno al proceso histórico europeo y americano y consistente esencialmente en poner al Estado a intervenir en favor de los débiles y la protección de sus derechos fundamentales. El partido tiene que interesarse en mejorar la suerte de los trabajadores inscribiendo en su programa reivindicaciones que le son propias. Es necesario que estemos con el pueblo, no con meras reformas políticas sino económica…”

Finalmente, a manera de colofón, hay que precisar que el contenido de estos discursos anteriormente trascritos, en donde todos giran sobre el eje de la importancia y la protección del Pueblo como concepto-significado o como término- significante, no puede ser reabsorbido o redefinido, atendiendo al contexto temporal en que se ha expresado ese texto, concepto, término: Pueblo o el Pueblo, que hoy adquiere un valor mucho más profundo atendiendo a que es la eclosión del Poder Político, de la soberanía, a diferencia de la constitución de 1886 que se erigió en un sistema superior trascendente.

El mensaje, el verbo y propósitos indeclinables de nuestros grandes dirigentes, exacerbados con ideas desarrolladas del Estado Liberal – que el señor presidente ya se apropió de ellas en su discurso de ayer tres (3) de octubre en el Tolima – que tuvieron origen directo en la Ilustración, en plena época del bipartidismo, que se consolidó con el frente nacional, arco de tiempo que comprimió grandes lecciones que hoy tenemos que remembrar y aplicar y no volver al error de los egos que fue la lógica que nos condujo indefectiblemente a ubicarnos en el espectro de la oposición.

torrecilla2011@gmail.com