Por Orlando Andrade Gallardo
En Colombia la industria del espectáculo y diversión se han popularizado en las últimas décadas, y las inmensas inversiones en infraestructura de gigantescos salones que albergan a miles de docenas de asistentes cómodamente, es la novedad en las ciudades capitales. Las actividades recreativas estaban fuera de agendas desde los años 80 e ignoradas por los gobiernos, el interés fue la industrialización y comercio como herencia histórica europea impuesta por el capitalismo, tratando de replicar el éxito económico de los tigres asiáticos. En el presente siglo se despertó el gigante dormido de la rumba y fiestas en Colombia, los fines de semana y festivos, abren las puertas salones sociales, estadios, parques y otros espacios públicos habilitados para rumbear. La invasión de músicos, cantantes, conciertos, exposiciones de obras de artes, tanto nacionales como extranjeras encontraron en el país de las mariposas amarillas un nicho que explotan, obteniendo millonarios honorarios por cada presentación. Las promociones y publicidad marcan la diferencia con otros programas de Tv, invitando al público a que asista al evento, con precios por entrada que supera los seis dígitos; los municipios se favorecen por jalonar la economía informal, pago de impuestos y otras arandelas. Pero surge la pregunta: Los gastos de seguridad que brinda la fuerza pública en cada espectáculo, ¿quiénes los asumen? Sería bueno que las autoridades las divulguen.
Por las exigencias de la globalización y el debate sobre la importancia de la cultura para el desarrollo social y económico, los gobiernos analizaron las posibilidades de generar espacios para fomentar la recreación que proponía el sector privado. El fenómeno, tanto cultores como economistas intentan explicar la conveniencia del nuevo paradigma que crece con mucha fuerza en los grandes centros turísticos y ciudades pobladas, por la aceptación del público, sin embargo existe resistencia en un sector. Las opiniones están divididas, quienes conservan los valores y el respeto a las costumbres tradicionales y ancestrales como las patronales y las fiestas de los nativos para venerar a sus santos son vulneradas. En el otro extremo el capital social, que tiene sus orígenes por actividades culturales de grupos sociales, en muchos casos originados en sectores populares y por su cohesión barrial se despierta el interés de incursionar en el canto, artes plásticas, pintura, música, baile y cualquier invento que nace de sus inquietudes artísticas. De todas estas experiencias, nace la sociabilidad grupal en forma espontánea, y la coyuntura es aprovechada para explotar el capital social y formar nuevas asociaciones como grupos musicales, artesanales y turísticas que generan recursos para superar las necesidades económicas. Toda esta innovación cultural pragmática, diluyó nichos tradicionales que conservaban las comunidades por décadas y fraguaron identidades familiares para abrirle campo a la modernidad alborotada y desordenada. Las consecuencias de no tener brújula para conocer nuestra identidad ha originado que vivamos en una sociedad de riesgo a las improvisaciones e inventivas de aprovechadores para inventar modelos culturales, los valores de la sociedad tradicional, arrinconándola por no tener más opción que aceptarla, por no existir contrapeso. Estos fenómenos sociales que se arraigan más en las conciencias del pueblo por los espectáculos lleno de luces, publicidad mediática, entradas supermillonarias, asistentes que pagan lo que sea para observar un cantante desafiante, sin respeto al público, casi en pelota, con gorra y gafas oscuras que cubre su rostro, grita sin cesar, saltan, brincan y corren en el escenario, no bailan, con nombres sicodélicos y extranjeros difícil de pronunciar para impresionar y las manos permanecen en los genitales, por no saber dónde colocarlas, es llamada modernidad. En estas condiciones se presenta la rivalidad del individuo contra el colectivo, lo particular a lo general, la diversidad a la homogeneidad, es el reto de las nuevas generaciones para mostrarse como grupo vanguardista, que rechaza todo lo antiguo. En otras ocasiones acuden al influencer y coach de moda en todos los círculos sociales para que los apoyen en su angustia existencial, atropellando el conocimiento científico.
La actual etapa moderna y la ruptura con la cultura, radica en la pérdida de confianza ideológica, modelos para construir sociedad y herramientas para realizar algunos ajustes obsoletos. La cultura actual se ciñe al esquema de que todo lo que funciona vale, evidenciándose que las cosas no están determinadas y la ausencia de un modelo ordenado, facilita que todo es posible. En estas circunstancias los empresarios del espectáculo aprovechan para presentar al público personajes desconocidos, pero los medios de comunicación súper bien pago montan una hoja de vida artística con pergaminos y ganador de varios premios Grammy, Pulitzer y ventas de discos millonarios, anunciando que las boletas están agotadas.
 
			 
		











