El Times pudo visitar Venezuela y encontró a una nación que se prepara para una posible acción militar del gobierno de Donald Trump.
En un rincón de la capital de Venezuela, cientos de simpatizantes del gobierno llevaban armas colgadas en el pecho, mientras una sucesión de oradores, micrófono en mano, los instaban a defender la nación con sus vidas.
En otro rincón, empresarios y diplomáticos estaban inquietos por la escalada de tensiones entre Venezuela y Estados Unidos, por lo que consideraban una oportunidad perdida para el diálogo entre los dos países y por la posibilidad de un ataque estadounidense que podría desatar violencia y caos.
Sin embargo, en otras partes de la capital, Caracas, se respiraba una calma mezclada con una especie de fatiga y escepticismo ante la posibilidad de que alguna vez se produzca un cambio político en Venezuela.

Tras obtener una inusual visa para periodistas extranjeros, pasé una semana en Venezuela en un momento especialmente tenso. Las relaciones con Estados Unidos están en una encrucijada, y el gobierno de Donald Trump ha estado enviado buques de guerra al Caribe. La magnitud de la operación y las amenazas públicas del presidente Trump contra el presidente Nicolás Maduro han suscitado la preocupación de ataques, incursiones de comandos en la nación sudamericana o de algún conflicto más grande.
Trump ha dicho que quiere dar rienda suelta al ejército para enfrentarse a los cárteles y detener el tráfico hacia Estados Unidos, y su gobierno ha dicho que Maduro es el jefe de una organización terrorista que amenaza a Estados Unidos y lo llena de drogas.
Estados Unidos asegura que ha atacado al menos tres embarcaciones de contrabando de drogas en el Caribe, entre ellas al menos dos procedentes de Venezuela, lo que significa una escalada importante del tipo de presión que Trump ha ejercido en México para que tome medidas enérgicas contra el fentanilo.
Pero aunque algunas drogas proceden de Venezuela, el fentanilo no, y la cocaína que sí llega desde el país a Estados Unidos representa un porcentaje muy pequeño del comercio, mucho menor que el que procede de Colombia y sale de Colombia y Ecuador, según estimaciones del gobierno estadounidense.
En entrevistas, algunos venezolanos dijeron que apoyaban cualquier acción que condujera a la destitución de Maduro, a quien se acusa de violaciones de los derechos humanos y cuyo movimiento ha dominado el país durante una generación.

El grupo que apoya el uso de la fuerza está dirigido por María Corina Machado, una líder de la oposición. Su base afirma que, destituyendo a Maduro, Estados Unidos puede defender el resultado de las elecciones presidenciales del año pasado, que se cree ampliamente que Maduro perdió. Observadores electorales independientes y muchos países, incluido Estados Unidos, reconocieron al oponente de Maduro, Edmundo González, candidato sustituto de Machado, como legítimo vencedor.
Uno de los asesores de Machado, Pedro Urruchurtu, dijo que ella se estaba coordinando con el gobierno de Trump y que tenía un plan para las primeras 100 horas tras la caída de Maduro. Ese plan implica la participación de aliados internacionales, dijo, “en especial de Estados Unidos” para “garantizar una transición estable” a González.
Algunos dijeron que dudaban de la voluntad de Estados Unidos de mantener un gran contingente de soldados sobre el terreno para garantizar la estabilidad de un gobierno respaldado por Estados Unidos.
Tres diplomáticos dijeron que veían pocos indicios de que alguien del círculo cercano de Maduro se escindiera para apoyar a un líder de la oposición o de que los militares se volvieran en su contra.
Otros venezolanos advirtieron que derrocar a Maduro solo invitaría a los actores armados que quedaran atrás —militares, grupos guerrilleros colombianos, bandas paramilitares— a un enfrentamiento por el botín.
Y en Venezuela, con su petróleo, oro y otros minerales, hay un buen botín.
“Si matas a Maduro”, dijo un importante empresario, “convertirás a Venezuela en Haití”, nación que se sumió en el caos tras el asesinato de su último presidente.

Otros se mostraron escépticos ante la posibilidad de que Trump estuviera dispuesto a implicarse militarmente y dijeron que la estrategia de cañoneras del presidente estadounidense, dirigida por el secretario de Estado del país, Marco Rubio, solo alejaría a Venezuela de Estados Unidos y la acercaría a China, Rusia e Irán.
Maduro ha respondido a la movilización de Washington armando a civiles, enviando tanques a las calles y anunciando ejercicios militares en todo el país, que se han publicitado en la televisión estatal y en las redes sociales. Sin embargo, sus asesores dicen que el mensaje central a Estados Unidos es que su gobierno no quiere la guerra.
El presidente venezolano envió este mes una carta a Trump elogiando sus esfuerzos por detener otros conflictos y dijo estar abierto a una “conversación directa y franca” con el enviado especial de Trump a Venezuela, Richard Grenell.
A principios de este año, Grenell pareció intentar mejorar las relaciones y viajó a Venezuela para reunirse con Maduro justo después de que Trump asumiera el cargo. Pero más recientemente, Trump parece favorecer el enfoque de línea dura de Rubio.

En una entrevista en su oficina en el edificio del Ministerio del Poder Popular de Hidrocarburos del país, la vicepresidenta Delcy Rodríguez dijo que creía que Trump estaba llevando al planeta a “una etapa donde Estados Unidos ya abiertamente le declara la guerra al mundo”.
“Ya la Secretaría de Defensa no es Defensa, es Secretaría de Guerra”, dijo. “Ya las relaciones comerciales no son relaciones comerciales, es guerra comercial”.
Dijo que los ataques a los barcos eran algo “absolutamente ilegal” y pidió que se normalizaran las relaciones económicas con Estados Unidos, que ha impuesto sanciones a la crucial industria petrolera de Venezuela.
“El pueblo estadounidense no quiere la guerra en el Caribe”, dijo.

Varios diplomáticos y empresarios de Caracas dijeron que esperaban que Estados Unidos volviera a adoptar una política diplomática, pues creían que unas negociaciones persistentes podrían persuadir finalmente a Maduro de entregar el poder a un sucesor reformista o a un líder moderado de la oposición a cambio de que se flexibilizaran sanciones y de otras condiciones.
También dijeron que Maduro está cansado, pero que no puede dejar el cargo si piensa que lo van a detener. Maduro, quien tiene 62 años y dirige el país desde 2013, está imputado en Estados Unidos por cargos de conspiración para el narcotráfico.
En las calles de Caracas, la tensión entre los dos países ha generado imágenes encontradas de guerra y paz.


Un día reciente, un bulevar del centro de la ciudad se llenó de gente que el gobierno había reunido para una concentración: algunos civiles, otros integrantes de la milicia bolivariana, una fuerza de reserva.
Varias personas dijeron que trabajaban para el gobierno, que sus superiores habían exigido su asistencia y que les habían dado armas descargadas para que las portaran durante el acto. Muchos se apresuraron a marcharse en cuanto terminó.
Otros dijeron que los había incentivado el patriotismo y juraron defender a Maduro y a su movimiento.
“Si hay una invasión”, dijo Marisol Amundaray, de 50 años, “voy a encerrar a mis hijos y a salir a la calle con mi fusil”.
En otras partes de la ciudad, sin embargo, la vida continuaba con normalidad. Una mañana, no lejos del palacio presidencial, Constanza Sofía Arangeren caminaba por una calle adoquinada con un vestido de baile dorado mientras posaba para una sesión fotográfica.

Estaba preparando la celebración de sus 15 años, y su madre estaba más preocupada por la fiesta que por una posible invasión.
Nadie de los entrevistados dijo que estuvieran juntando provisiones. Algunos dijeron que no les preocupaba un ataque; otros dijeron que no podían permitírselo.
“En un país normal donde hay una amenaza así, la gente lo primero que hace es guardar comida”, dijo Estefanie Mendoza, de 42 años, trabajadora social con dos hijos, “pero nosotros no podemos hacerlo”.
Aunque la economía del país se ha recuperado algo desde que una prolongada crisis contribuyera a impulsar el éxodo migratorio, el repunte ha sido desigual.
Trump y Rubio han argumentado que a través de Venezuela se trafican cantidades significativas de cocaína y que pretenden detener las sobredosis en Estados Unidos. Un informe de 2020 del Departamento de Estado estadounidense señalaba que solo entre el 10 y el 13 por ciento del suministro mundial de cocaína pasa por Venezuela.
El fentanilo, que causa muchas más sobredosis que la cocaína, se produce casi en su totalidad en México con sustancias químicas importadas de China, según la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos.
Los ataques de las fuerzas estadounidenses a las embarcaciones en el Caribe han causado la muerte de al menos 17 personas, según el gobierno de Trump.
Algunos expertos legales han calificado de delito matar sumariamente a civiles que no participan directamente en hostilidades, aunque se crea que trafican drogas.
En el estado de Sucre, en la costa caribeña de Venezuela, se cree que la primera lancha destruida, el 2 de septiembre, transportaba a personas de las localidades de San Juan de Unare y Güiria, en un territorio conocido como Península de Paria.
La región ha estado dominada por el tráfico de cocaína por años, según Ronna Rísquez, periodista venezolana que ha hecho trabajo de campo en la zona.

Pero los migrantes, las víctimas de la trata de personas y la gasolina venezolana subvencionada por el gobierno —que puede venderse a un precio más alto en Trinidad y Tobago, a solo unos 10 kilómetros de distancia— también salen de esta zona, dijo.
En una entrevista, una mujer que se identificó como esposa de una de las personas que murieron dijo que su marido era un pescador con cuatro hijos que salió un día a trabajar y nunca volvió.
Algunos en Venezuela dijeron que temían que la acción militar estadounidense se tradujera en más pérdidas. Y dijeron que no creían que Machado, quien dice estar escondida en Venezuela, y González, exiliado en España, pudieran garantizar su seguridad.
“Nómbrame un caso exitoso en los últimos años de intervención militar norteamericana en el mundo”, dijo Henrique Capriles, político de la oposición que ha tenido tensiones con Machado.
Una “salida” sin violencia de Maduro por parte de Estados Unidos es cosa de Netflix, dijo, no de la realidad.
“Y el saldo para nosotros, los venezolanos, ¿cuál va a ser? ¿Qué garantía tenemos nosotros que esto se traduce en recuperar la democracia?”.

Con informacio de https://www.nytimes.com/