DEL PACTO HISTÓRICO AL HISTÓRICO PACTO DEL TODOS CONTRA CAROLINA

Por. Alberto Ortiz Saldarriaga

La historia oficial del país, desde los procesos mismos de resistencia e independencia, está plagada, dentro de una concepción heroica de la historia, del reconocimiento de héroes masculinos que eclipsan tanto el papel decisorio de las masas en los procesos revolucionarios como el de mujeres, partícipes de los mismos, deliberada e inmerecidamente invisibilizadas o relegadas a roles secundarios

Entre nombres como los de La Cacica Gaitana; Manuela Beltrán, Mercedes Ábrego, Florentina Salas, Dorotea Castro, Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos, Juana Bejar, Simona Amaya, Evangelista Tamayo, María Concepción Loperena y Manuela Sáenz, sólo algunos han alcanzado el reconocimiento y la gloria que se merecen por su aporte a la república en la que vivimos.

En Colombia, tal y como expresara para otro momento y contexto Marx, pareciera con referencia a las mujeres, cumplirse aquello que la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa, pues tras más de 206 años de vida republicana, la patriarcal y conservadora sociedad colombiana sigue sin admitir y posibilitar que una mujer pueda alcanzar el primer cargo público de la nación.

Aún entre los llamados sectores progresistas y entre las propias mujeres que lo integran, llamadas a dar ejemplo de sororidad, pareciera contradictoriamente persistir una especie de resistencia inconsciente a romper con el paradigma de que sólo hombres pueden asumir la más alta responsabilidad dentro del estado.

De hecho, sin demeritar y antes reconociendo y valorando el liderazgo indiscutible de Iván Cepeda Castro, sobre la excusa insulsa de una aparente amenaza de que quien suceda a Gustavo Petro en la Presidencia de la República pudiera llegar a ser no un «pura sangre» de la izquierda, sino un hombre más de centro, como Daniel Quintero, todos y todas las protagonistas de una consulta del Pacto Histórico deciden alinderarse en torno a Cepeda, segregando a una mujer como Carolina Corcho, que no por el hecho de su género pueda o deba descalificarse en preparación, valor, carácter y merecimientos.

Pero más allá de lo cuestionable de este tipo de actitudes, comportamientos o prácticas con una carga velada e innegable de desestimación por género, la impresión -no menos negativa- para quienes no hacemos parte del mundo de la política es que en esta situación también subyace una especie de autarquía política con visos de exclusión e intencionalidad de invisibilización ejercida por quienes desde los partidos políticos (de derecha e izquierda) menosprecian y subvaloran a quien se reivindica como miembro de ese país nacional y de sectores sociales a los que el país político, sin diferenciación de matices (derecha – izquierda) solo mira con buenos ojos o aprecia como valioso en su simple rol de elector.

A Carolina indudablemente más de uno no le perdona su independencia partidista, que no ideológica. Les parece inaceptable y peligrosa su no sujeción o subordinación a estructuras rígidas y sectarias propias de cofradías. Les resulta inaceptable, herético y un «mal ejemplo» que emerja alguien que desde el discurso y la práctica le genere inestabilidad al conveniente statu quo y que, incontaminada, en lugar de servirse de los partidos, del pueblo y del estado, devuelva la secuestrada soberanía y la esperanza, de verdad, de protagonizar y decidir al constituyente primario, de donde emergen todos los poderes constituidos.

Que una mujer, planteara como lo hizo y defendió consecuente y coherentemente, que la representación y el poder debían emanar de procesos democráticos y participativos, reivindicando la Constitución de 1991, sustrayendo tales ejercicios de conciliábulos y espacios cerrados donde priman los amiguismos y la perversión de la dedocracia, constituye una herejía y una afrenta que conduce a un histórico pacto que tiene por objeto, en ausencia de la posibilidad de encender hogueras como en el medioevo, quemar políticamente a una “bruja” del siglo XXI.

Carolina, como intérprete de la voluntad del presidente y del pueblo, se les atravesó en la conveniente intención de la “pérdida deliberada de tiempo” para que no hubiera partido único y proceso de selección de candidatos por consulta y no por lapicero. Luchó por la democratización de los procesos políticos y esto, sin lugar a dudas, tiene un costo y genera una cuenta de cobro de quienes, anquilosados y cómodos en las estructuras partidistas, jugaban a que nada que hiciera peligrar sus nacientes beneficios y ventajas cambiara.

En este contexto, la única opción y posibilidad que le queda a la exministra de salud y única mujer candidata dentro del nuevo partido del Pacto Histórico es depender estrictamente de los sectores sociales y de ese país nacional del que proviene y por el que se inscribió y esperar que el pueblo, que siempre ha sido superior a sus dirigentes, valore su lucha, la rodee, abrace y apoye en las urnas.

Ello porque si algo nos han enseñado estos cuatro años de ejercicio de gobierno es que hay mucho por replantear para no volver a tener un escenario de soledad en los propósitos altruistas como el que le tocó afrontar a Petro por el oportunismo y la reproducción de las mismas prácticas del viejo país político aprendidas y replicadas bien pronto por una parte nada despreciable del nuevo país político.