Entró con sus heridas

Por Juan Colón
Por Juan Colón

Por Juan Colón

Entró con sus heridas cuando el alba apenas clareaba.
Los gallos no cantaron. El aire traía olor a tierra mojada y a cansancio viejo.
Nadie la esperaba, pero se quedó parada frente a la puerta,
con el mar del olvido doblado en su espalda.

No dijo palabra. Sus palabras parecían haberse ido de viaje,
como mulas que no vuelven.
Y, sin embargo, yo escuchaba el rumor de ríos chicos,
de huracanes pintados en el polvo.
Fue entonces cuando las campanas repicaron allá lejos,
y entendí que también podían sonar por uno.

El sol del mediodía se metió por la ventana con su calor seco.
Traía un verdor cansado, olor a guitarra rota.
La luz manchaba las cosas, como si el recuerdo
fuera barro pegado en los ojos.

Me acerqué a sus heridas.
En el fondo de las lágrimas había una alegría terca,
escondida como maíz entre piedras.
Le curé las llagas con torpeza,
sabiendo que eran pasiones viejas, ya podridas,
que se le habían ido pudriendo por dentro.

Se quedó ahí. Entró con sus heridas.
Y el alba, desde entonces, no volvió a tener voz.