Pensar el aula transformadora desde el currículo

ROTSEN HERRERA CANTILLO, NAYER JIMÉNEZ BELTRÁN, ALEJANDRO GARCIA LUNA

 

La huella de una clase transformadora durante el curso de “Procesos Curriculares”, orientado por el profesor Reynaldo Mora Mora, se convirtió en mucho más que una simple asignatura del plan de estudios. Fue, sin lugar a dudas, un espacio de reflexión, construcción colectiva y transformación personal. Cada clase fue una experiencia significativa que contribuyó de manera profunda a nuestro crecimiento académico y humano como licenciados en formación. Uno de los aspectos más enriquecedores de esta asignatura fue la forma en que se abordaron los contenidos. Lejos de caer en la mera exposición teórica o en la transmisión pasiva de conceptos, el profesor nos ofreció una visión crítica y contextualizada del currículo. Comprendimos que no se trata simplemente de “programas” o “temarios” que deben cumplirse por norma, sino que el currículo es un entramado complejo de saberes, valores, relaciones de poder y propósitos sociales. Nos enseñó a cuestionar los sentidos impuestos, a revisar con ojos críticos los discursos educativos dominantes y a pensar siempre en función del contexto.

Gracias a esta perspectiva, logramos entender que el currículo puede ser un instrumento de liberación o de opresión, de inclusión o de exclusión. Y en esa comprensión, surgió un compromiso real con la necesidad de construir propuestas curriculares más humanas, pertinentes y transformadoras, sobre todo para los sectores históricamente marginados del sistema educativo. Este fue, sin duda, uno de los aprendizajes más poderosos que nos dejó el curso. Además, un aspecto fundamental que marcó positivamente esta experiencia fue la valoración del hábito de escribir. El profesor Reynaldo Mora Mora nos motivó constantemente a escribir como un acto de pensamiento, como una herramienta de construcción de sentido. La escritura dejó de ser una tarea mecánica o una exigencia académica, para convertirse en un ejercicio profundo de reflexión, argumentación y creación. Aprendimos que escribir no es simplemente redactar, sino pensar, dialogar con uno mismo y con los otros, darles forma a las ideas y cuestionarlas en el proceso. Los momentos de escritura en clase y fuera de ella nos permitieron desarrollar una voz propia, poner en palabras nuestras inquietudes y sentar posición frente a los temas que debatíamos.

Fue un proceso que no solo fortaleció nuestras capacidades comunicativas, sino también nuestra crítica y nuestro compromiso ético como futuros educadores. Escribir se volvió parte esencial del aprendizaje, y ese hábito, estoy seguro, nos acompañará a lo largo de toda la carrera. Las dinámicas de clase también contribuyeron a que el ambiente de aprendizaje fuera ameno, respetuoso y participativo. Hubo espacio para el diálogo, para el disenso, para el análisis conjunto de textos, experiencias y realidades escolares. La voz de cada estudiante fue escuchada y valorada. No éramos simples receptores de información, sino sujetos activos en la construcción del conocimiento. Esta horizontalidad en el aula fue clave para que muchos de nosotros nos sintiéramos realmente involucrados y motivados. A nivel personal, podemos decir que esta clase nos ayudó a reafirmar nuestra decisión de ser docentes. Nos permitió entender con mayor claridad el papel que debemos asumir frente al currículo, no como ejecutores de normas, sino como sujetos políticos, éticos y pedagógico que pueden incidir en los procesos educativos. Nos hizo ver que detrás de cada decisión curricular está en juego el tipo de ciudadano que queremos formar, el tipo de sociedad que queremos construir, y que cada elección debe hacerse con plena conciencia de sus implicaciones. Por todo ello, consideramos que el curso ha sido uno de los más significativos en nuestra formación universitaria. No solo por la calidad del contenido, sino por la forma en que fue mediado, por la profundidad de las reflexiones que generó, y por el compromiso auténtico del profesor Reynaldo Mora Mora con nuestra formación. No solo aprendimos sobre currículo, sino sobre la importancia de pensar la educación desde una perspectiva crítica, humana y transformadora.

En un aula iluminada por la reflexión crítica y el intercambio intelectual, el Dr. Reinaldo Mora con su presencia inspira respeto y atención, no solo por su amplio recorrido académico, sino por la claridad y profundidad con que aborda los temas complejos que configuran el campo educativo contemporáneo. La sesión comienza con una provocación: “¿qué significa hoy hablar de currículo en medio de un mundo incierto, cambiante y desigual?” Esta pregunta no es retórica. Es el punto de partida para desmontar las nociones tradicionales del currículo como una estructura rígida, planificada desde arriba, y abrir paso a una discusión más amplia sobre las transformaciones que exige la realidad social, política y cultural actual.

El Dr. Mora se apoya en una presentación esquemática y sobria. El aula se transforma en un espacio dialógico donde el conocimiento se construye a partir de la interacción de saberes. “El currículo no puede seguir siendo un instrumento de reproducción cultural. Necesitamos pensar en él como un territorio en disputa, un campo de luchas simbólicas, epistemológicas y políticas”, sostiene. Durante la primera parte de la clase, hace una breve pero rigurosa genealogía de los enfoques curriculares, destacando las críticas a los modelos técnicos y centrados en competencias. Luego introduce el concepto de currículo emergente, el cual define como “una respuesta crítica y creativa a los desafíos del contexto: desde la interculturalidad y la inclusión, hasta el avance de las tecnologías y la crisis ambiental”.

Lo emergente, explica, no significa improvisado ni espontáneo. Es el resultado de una lectura situada del territorio, del reconocimiento de saberes diversos, y de la posibilidad de construir contenidos y metodologías en diálogo con las realidades de los sujetos. “El currículo emergente surge cuando la escuela escucha a la comunidad, cuando se atreve a dejar entrar las preguntas del mundo, y no solo los contenidos prescritos en un plan de estudios”, enfatiza.

Las clases cierran con una reflexión potente: “Lo emergente es también una apuesta ética. Es asumir que no basta con enseñar contenidos; es necesario formar sujetos capaces de leer críticamente su realidad y transformarla. El currículo es, en última instancia, una herramienta para la emancipación o para la domesticación”. Los estudiantes salimos del aula con una sensación de desafío y posibilidad. La clase no solo nos entregó conceptos; nos abrió preguntas, nos dio herramientas para pensar distinto, y, sobre todo, nos mostró que el currículo no es un documento técnico, sino una construcción política, viva y comprometida con la justicia social. Durante el semestre, especialmente en el desarrollo de la clase, entendimos que el currículo es una construcción mucho más compleja y significativa de lo que muchas veces creemos, pensando que el currículo era simplemente un plan de estudios, una lista de contenidos o asignaturas que deben cumplirse.

Pero conforme avanzaron las sesiones, nos dimos cuenta de que es mucho más profundo: es un proyecto político vivo, pedagógico, social y ético. Prácticamente, el currículo es, en esencia, el corazón de la educación. Es el mapa que guía no solo lo que se enseña, sino cómo, por qué y para quién se enseña. También, discutimos el papel del docente en relación con el currículo. Lejos de ser un simple ejecutor de contenidos, el profesor es un agente crítico que tiene la posibilidad (y la responsabilidad) de adaptar, resignificar y contextualizar el currículo. No se trata solo de cumplir una programación, sino de leer las necesidades del grupo, identificar sus intereses, conectar los saberes con la vida cotidiana y promover un aprendizaje significativo. Esta visión nos hizo valorar aún más la figura del docente Mora como transformador social. En este sentido, fue importante reconocer que el currículo es como una fuente de poder, el currículo no solo educa en conocimientos, sino también en formas de ver y entender el mundo. Esta perspectiva crítica fue transversal durante todas las clases, y nos permitió entender el desarrollo del proceso educativo. Esto evidenció la necesidad de avanzar hacia un currículo más flexible, integral, inclusivo, pertinente y contextualizado, que responda verdaderamente a las necesidades de las comunidades. Este texto hace parte de los Talleres de Lectura y Escritura en el campo del currículo con estudiantes de Licenciatura en Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del Atlántico (I-2025).