Por JOSÉ G. MEJÍA J
Juan Jaramillo tiene 40 años, es empleado en una empresa de servicios y gana $8 millones al mes. Su esposa, María, no trabaja: se dedica a cuidar a sus dos hijas, Laura y Sofía, de 8 y 12 años. Viven en arriendo en Bogotá, pagan colegio, servicios, mercado, transporte y la cuota del carro familiar. Como millones de hogares de clase media, las cuentas de Juan apenas cuadran. Pero con la nueva reforma tributaria, esas cuentas se vuelven asfixiantes. Veamos cómo, paso a paso, cada decisión de la reforma golpea directamente a su familia.
El salario que se achica
Juan recibe $96 millones al año. Hasta ahora podía descontar 72 UVT por cada hija, unos $3,7 millones cada una. En total, más de $7,4 millones quedaban por fuera de su base gravable, lo que representaba un ahorro cercano a $2,2 millones anuales. Con la reforma, esa deducción desaparece. El mensaje es cruel: tener familia deja de ser reconocido por el sistema tributario y se convierte en un castigo.
Además, la tabla de tarifas marginales sube. Si Juan algún día logra ascender y llegar a tramos más altos, pasará a pagar hasta un 41% de impuesto. No importa el esfuerzo: cuantas más ganas, más te exprimen.
El ahorro que ya no rinde
Con disciplina, Juan apartó $100 millones en un-CDT al 9%. Antes, la ley lo protegía: no pagaba impuesto sobre la parte inflacionaria del interés, sino solo sobre la rentabilidad real. Ahora ese alivio desaparece. La Dian le cobra sobre todo el interés nominal. El resultado: $1,16 millones adicionales en impuestos cada año. Ese dinero, que bien podía ser el ahorro para el viaje de fin de año o un colchón para emergencias, se esfuma en tributación.
Los pequeños placeres también pagan
Cada aniversario, Juan y María se regalan un concierto. Dos boletas de $800.000 ya eran un lujo para la pareja. Con la reforma, el impuesto al consumo del 19 % encarece las boletas en $304.000 más al año. El entretenimiento se convierte en privilegio.
Su único vicio, una cajetilla de cigarrillos semanal, también será castigado. El impuesto específico por cajetilla pasa de $4.068 a $11.200. Traducido: $371.000 más al año. Hasta sus hábitos personales son fuente de recaudo.
El carro que se convierte en lujo
El carro de la familia Jaramillo es indispensable. Juan lo usa para ir a trabajar y llevar a sus hijas al colegio. Paga una cuota mensual de $1,5 millones, además de seguro y gasolina. Pero la reforma aumenta el impuesto al carbono y corrige las tarifas congeladas en los combustibles. Cada tanqueada se encarece. El transporte ya no es un derecho: es un lujo gravado. Y si pensara en cambiar a un híbrido, tampoco sería solución: ahora esos vehículos pierden beneficios y pagan 19% de IVA.
Las “ganancias” que nunca llegan
Si un día la familia recibiera una herencia, la reforma también les recortaría el alivio: las exenciones se reducen. Si Juan se ganara la lotería, en lugar del 20 % actual, pagaría el 30 %. De un premio de $52 millones, perdería $15,6 millones en impuestos. Hasta las oportunidades extraordinarias se convierten en otro canal de expoliación.
La simulación de la asfixia
Hagamos la cuenta. Juan gana $96 millones al año. Sus gastos familiares rondan los $100 millones. Ya tiene déficit, aunque sea pequeño. Ahora súmele:
Pérdida de deducción por dependientes: $2,17 millones. Ahorro sin componente inflacionario: $1,16 millones.
Conciertos: $0,304 millones.
Cigarrillos: $0,371 millones.
Total: más de $4 millones adicionales en impuestos al año.
Es un saqueo paso a paso y cada vez más rápido
Lo más grave no es un solo impuesto, sino la cadena. Lo que ganas se grava con menos deducciones y tarifas más altas; lo que ahorras paga completa; lo que consumes en ocio y transporte se encarece; lo que acumulas en patrimonio se muerde cada año; y lo que heredas o ganas por azar se exprime.
Es un saqueo: cada mordida parece manejable, pero juntas vacían el bolsillo. La vida de Juan Jaramillo muestra cómo la reforma tributaria no castiga a los grandes evasores, sino a la clase media que paga impuestos y sostiene el país.
Lo que Petro llama justicia tributaria es, en realidad, más carga para la clase media. El Estado gasta más de lo que tiene: en 2025 el hueco en las finanzas públicas llegó al 7,1 % del tamaño de toda la economía, es decir, más de $120 billones que no aparecen. Para tapar ese hueco, el gobierno se endeuda: hoy la deuda ya pasa del 60 % del PIB, y cada colombiano debe pagar más intereses con sus impuesto.
Al mismo tiempo, la burocracia crece sin freno: los contratos temporales (OPS) ya suman más de 63.000 personas, que cuestan al Estado más de $8 billones al año. Además, la nómina oficial aumentó en 27.000 empleados en solo un año. A esto se suman nuevas embajadas, viajes presidenciales y ministerios innecesarios.
¿Quién paga todo esto? No los grandes evasores ni los corruptos de siempre, sino la gente que trabaja, ahorra y cumple: la clase media, que ve cómo su salario, su ahorro y hasta su patrimonio se vuelven la alcancía de un Estado derrochón.