Por: Carlos Jiménez Moreno
A mí no me cabe duda de que actualmente estamos inmersos en la segunda edición de la Guerra Fría que se inició en 1948, con el bloqueo de Berlín occidental por las fuerzas soviéticas y se dio por terminada en 1989, con la caída del muro de Berlín y la posterior disolución de la Unión Soviética en 1991. Y aunque los principales protagonistas de ambas guerras son los mismos, es decir Estados Unidos de América, Rusia y china, los cambios experimentados por cada uno de ellos son tan importantes que permiten afirmar que esta nueva Guerra Fría es tan distinta de la primera como ellos lo son de lo que entonces eran. Si en la primera Guerra Fría los protagonistas fueron Estados Unidos y la Unión Soviética, en esta segunda lo son China y los Estados Unidos. Si en la primera el conflicto dominante era entre el comunismo y el capitalismo, y entre sus versiones políticas e ideológicas, la democracia liberal y la dictadura del proletariado, en esta segunda, el conflicto es entre el capital financiero y el capital industrial y en sus versiones políticas: la democracia, sea popular o socialista, y el neoliberalismo.
Hay también una tercera diferencia importante: en la primera Guerra Fría la tendencia dominante era a la polarización, o sea a la división del mundo en dos bloques antagónicos, uno encabezado por Moscú y el otro por Washington. En esta segunda versión a la tendencia al hegemonismo y la unilateralidad se opone el multilateralismo. Es decir, a la proliferación de centros de poder a escala planetaria, cada uno con su propio perfil ideológico y político y sus intereses específicos. Estados Unidos hoy intenta perpetuar el dominio indisputado del mundo que ha ostentado desde el desplome de la Unión Soviética en 1991 y China, en una alianza estratégica con Rusia, intenta liderar el camino del Sur global hacia el multilateralismo y la coexistencia pacífica entre estados independientes y soberanos, que tejen alianzas y firman acuerdos sobre la base del respeto, la igualdad y el mutuo beneficio.
Cierto, este esquema, como todos los esquemas, no carece de problemas. El primero, que hablar de Guerra Fría 2.0 es usar una terminología que, aunque ya es usada por numerosos analistas internacionales, no es aceptada comúnmente por la mayoría de los lideres y portavoces liberales del Occidente colectivo. Ellos tienden a caracterizar las guerras y los enfrentamientos armados que actualmente padecemos, como resultado de una lucha entre el autoritarismo y la democracia. Los neocon y los sionistas tienden a considerarlos como resultado de la lucha entre el bien y el mal, que habrá de resolverse en próximamente en el Armagedón, la batalla final entre los elegidos y los malditos.
Los lideres y los portavoces chinos, en cambio, denuncian constantemente al liderazgo estadounidense, de adoptar medidas y tomar decisiones agresivas en función de una “mentalidad de Guerra Fría”. Y si yo utilizo el término de Guerra Fría para definir la actual coyuntura mundial, es porque pienso que, con independencia de la política pacifista de China, Estados Unidos está respondiendo a la actual coyuntura mundial con una estrategia muy semejante a la que utilizó para “contener” la “amenaza soviética”, durante la primera Guerra Fría. Mantener un poderío tal en armas nucleares que intimida y disuada a sus enemigos mortales (Rusia y China), al tiempo que promueve golpes de Estado duros y blandos, bloqueos económicos y políticos y guerras locales contra reales o potenciales aliados del “comunismo” en África, Asia y América Latina. Todas estas acciones políticas y militares orientadas a aislar y a debilitar progresivamente a sus principales enemigos, con el fin de lograr el colapso de los mismos. El hecho de que hayan alcanzado ese objetivo con la Unión Soviética los anima a intentarlo esta vez con la Federación Rusa y con la República Popular China. Mientras los gobiernos de Washington persistan en esta estrategia habrá Guerra Fría.
El segundo problema de este esquema es la utilización de términos que por su ambigüedad exigen aclaración. El primero es el de “capitalismo” que significo, desde el punto de vista político e ideológico, una cosa en la primera Guerra Fría y otra en esta segunda versión de la misma. En la primera, para la Unión Soviética y para la China de Mao, el ciclo histórico dominado por el capitalismo ya había llegado a su fin, abriendo así las puertas al comunismo. Entendido como la abolición de las clases sociales, consecuencia de la apropiación colectiva de todos los medios de producción y de vida. En esta perspectiva el socialismo era solo una etapa intermedia, indispensable para construir las condiciones materiales que hacían posible la plena realización del comunismo. En su discurso ante el XX Congreso del PCUS, celebrado en Moscú en 1956, Nikita Kruschev declaro que la Unión Soviética ya había agotado la etapa socialista de su desarrollo se había convertido en una sociedad comunista. La historia se encargaría de demostrarle cuan precipitado fue su diagnóstico. Como ya dije en 1989 cayó el Muro de Berlín y en 1991 se disolvió la Unión Soviética. En la década siguiente la dirigencia rusa se dedicó a restaurar el capitalismo bajo la orientación de reconocidos economistas estadounidenses, entre los que destacaba el muy competente Jeffrey Sachs. Pero fue tal magnitud la catástrofe en términos humanos y materiales, en lo económico y en lo social, causado por las estrategias de corte neoliberal empleadas para restaurar el capitalismo en la otrora Unión Soviética, que se comprende porque surge un vigoroso movimiento político encabezado por Vladimir Putin, que reacciona con firmeza contra dichos desmanes. Las dos décadas que lleva al mando, son los de puesta en marcha de una estrategia política que no pretende abolir el capitalismo sino contradecir el neoliberalismo otorgando de nuevo al Estado el papel dirigente de la economía. Para ponerla en marcha tuvo que socavar el poder de la oligarquía cleptómana que se enriqueció hasta niveles antes inimaginables con la adquisición a precio de saldo de los bienes públicos, durante el periodo neoliberal.
En China la relación con el capitalismo también cambia de manera significativa, aunque ciertamente, en otros términos. El hecho de que el Primero de Octubre de 1949, Mao Zedong proclamara en la plaza Tiananmen la instauración de la República popular China y no la Republica socialista China fue la consecuencia lógica del hecho de que la política que le permitió al Partido Comunista Chino hacerse con el poder después de tres décadas de guerra civil era la aplicación practica de la estrategia de otorgarle un papel dirigente a los partidos comunistas en las revoluciones democráticas. Estrategia concebida por Karl Kautsky y perfeccionada por Vladimir Lenin, pensando en el caso del Imperio ruso, que, a juicio de los dos, no reunía las condiciones históricas para la realización de la revolución socialista que ambos tenían en mente. La debilidad de la base económica del capitalismo entonces existente en China, sumada al ejemplo ofrecido por la revolución rusa de 1917, que tan pronto triunfó se declaró socialista, incitaron a Mao a transformar de inmediato la revolución democrática triunfante en una revolución socialista. A él también la historia se encargaría de corregirle el optimismo. Tan temprano como en 1957 promovió el Gran salto adelante, con el objetivo de acelerar la industrialización de un país donde todavía el campesinado representaba el 90 % de la población total, acudiendo a las comunas locales y a técnicas artesanales. Fracaso. Como habría de fracasar la Gran revolución proletaria desencadenada en 1966 por los Guardias rojos, esgrimiendo el Libro rojo de Mao. La muerte de este último en 1976, concluyó un turbulento período de agudas luchas por el poder que se saldó con el triunfo de la tendencia liderada por Deng Xiaoping. Él es el autor intelectual y político de la estrategia de aliarse con el capitalismo, para fortalecer el socialismo. “El socialismo de características chinas”, tal y como lo definen la dirigencia comunista china, que ha permitido en cuatro décadas sacar a 800 millones de chinos de la pobreza extrema y convertir a un país subdesarrollado en la primera potencia industrial del planeta. Hoy la producción industrial de China representa el 28, 7 % de total mundial, mientras la de Estados Unidos representa sólo 17 %, la de Japón el 7,5 % la de Alemania el 5, 3% la de Francia 1,9% y la del Reino Unido el 1, 8%.