Por: Walter Pimienta
No todos los hombres son iguales, cada uno tiene su forma especial de ser pendejo.
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Hay un tipo de hombre en mi pueblo que no tiene color político definido, ni rojo ni azul ni verde ni amarillo ni un carajo y siempre le da a usted la razón si ejerce el que sea y sonríe porque está dispuesto a condolerse con su dolor (el de él) y otra vez sonríe con su alegría, y ni por broma contradice ni desmiente a nadie, ni tampoco habla mal de sus prójimos y todos son buenos para él, y, aunque se le diga en su propia cara: «¡Usted es un gran pendejo», es imposible hacerle abandonar su estudiada posición de ecuanimidad, de imparcialidad, de juicio, equidad, neutralidad, equidad, objetividad y de equilibrio al hablar llenándose de satisfacción cuando otros que le escuchan le dan una palmadita en el hombro sonriéndose al ser agasajados por la pendejada que este les haya dicho.
Hay quienes le dicen a este tipo “el Gelatinoso”, por lo pegajoso, mostrando un comportamiento excesivamente dependiente, demandante y que busca constantemente la atención y cercanía de su pareja o amigos, hasta el punto de resultar agobiante o invasivo para ellos…
Con “el Gelatinoso” se anda siempre en duda, tanto por lo que habla como por lo que oculta. Uno lo mira de frente y baja la cabeza y su doble ánimo parece referirse a la inconsistencia entre lo que dice y lo que hace, teniendo reglas diferentes para tratar a unos y a otros y así su criterio nunca es estricto ni comprometido por pendejo.
El hombre pendejo se conoce a leguas. Se lo observa y enseguida se le viene a uno con un halago vanidoso e inesperado. En esto es especialista “el Gelatinoso”. Nunca descubre defectos a nadie, ni debilidades, ni en su lenguaje hay vituperios para otro… ni mucho menos se toma la confianza de corregir a alguien aunque tenga la razón… Algo muy propio de los pendejos.
Usted le grita a este tipo:
-¡Usted es un flojo!
Y él te contesta:
- Sí tú lo dices.
Lo fariseo y la hipocresía es casi una religión para “el Gelatinoso” mostrando una fachada que oculta otras intensiones cuando te dice:
- Qué buen mozo está usted hoy, señor. Qué bien se le ve. Cómo le luce esa corbata roja que le combina con su camisa verde iguana. Qué hombre más dichoso.
Y te mira dulcemente.
Es factible que usted verdaderamente esté enfermo de algo y que, camino al médico, se encuentre con “el Gelatinoso” quien enterado del caso por cualquier medio, sin esperarlo, se te cruza y te dice:
-Qu va a estar usted enfermo . Más enfermo estoy yo…Eso no es ni gripa, ni pulmonía, ni tifo, ni cáncer ni disfunción eréctil ni hiperplasia prostática benigna que es como llaman los médicos ahora a la prostatitis…De veras, más enfermo estoy yo.
Y ante esto, uno lo mira con terror al no habernos dicho que solo estamos enfermo de uno solo de esos tantos males y ojalá sea uno de estos el menos malo.
Y reafirma:
-Qu va a estar usted enfermo. Más enfermo estoy yo- y agrega: y débil: No me ve…
Es hábil el tipo. No ofende a nadie. Mas bien se auto ofende de un modo tal que se auto culpa en sus declaraciones de responsabilidad por su propia voluntad. Y entonces para en lo que dice y sabiendo que ha cometido una indelicadeza, asume con la maña de sus palabras la discreta admisión de su mal juicio como en el caso anterior al decir:
-Qu va a estar usted enfermo. Más enfermo estoy yo.
Día a día, el hombre pendejo crece en pendejadas. No le importa que la gente le desprecie y le deseche. Corregirle es tiempo perdido. Usted lo injuria y él le devuelve lo mismo:
-Si tú lo dices.
Igual, si usted, con falsedad y doblez, le devuelve flores y elogia su perfume, ocurre que en el asombro de los asombres, este, sabiendo que esto no es verdad, le dice:
-Si tú lo dices.
El hombre pendejo sabe que viste ridículo: pantalón rojo con camisa violeta y zapatos blancos y corbata lila y sin que falte quien le diga:
-Bonita pinta llevas hoy. Se te ve elegante, muy elegante.
Él, con el derecho de su derecho, le contesta:
-Si tú lo dices.
Usted refiere a propósito un mal chiste del cual nadie se ríe y “el Gelatinoso es el único que le dice:
-Qué buen chiste el que te tiraste…gracioso, muy gracioso.
Y antes ya se ha reído de la manera más fácil.
El hombre pendejo está bien con todo el mundo…Muchos lo menosprecian, otros se conduelen de él; unos más lo ven indiferente. Él lo abe, él sabe de esta repulsa que suscita pero el hombre pendejo siempre está bien con todos. Sabe secretos de muchos pero los guarda celosamente en la caja fuerte de su alma porque el siempre tiene que estar bien con todos. Se aguanta despropósitos y atropellos y el hombre pendejo solo te dirá:
-Comprendo. Olvida lo ocurrido. Todos cometemos errores-. Y hasta se ríe.
El hombre pendejo tiene una facultad; siempre está en el lugar donde toca adular a alguien o festejar una pendejada de otro pendejón que no es él, pero que él, por pendejo, sí festeja porque siempre quiere estar bien con todo el mundo. El tipo, definitivamente, no contradice ni refuta a nadie . Le da la razón a todos aunque no la tengan.
Delante del hombre pendejo, algunos hablan mal de otro exudando una lengua de improperios, de injurias, ofensa, insultos, agravios, ultrajes, oprobios y afrentas en todos los idiomas y él, volverá a lo de siempre:
-Si tú lo dices.
Hoy, Arturo Jiménez, el alcalde, se ha encontrado con “el Gelatinoso” y sabiendo que este es como es, sin la mayor denostación y escarnio, ya que lo que le va a enrostrar es verdad, le dice:
-Tú eres cachón. Elvira, tu mujer, te la está haciendo con Carlos Arturo, pendejón.
…Y el hombre pendejo, sin el terror físico de lo escuchado porque se lo dice nadie más y nadie menos que el alcalde, sin enojo alguno, con el semblante más fresco. Sin el diablo por dentro, mira sin prevención a Arturo y esto le contesta:
-Tú crees que yo no sé.
-Si tú lo dices.