Por Orlando Andrade Gallardo
Los llamados líderes de las diferentes corrientes políticas del país, jamás dejan por fuera en sus discursos proselitistas el concepto de democracia, todos afirman que es necesario defenderla, que no aceptan sea atropellada y sacan pecho como grandes patriotas, pero son los primeros en desconocerla. La democracia es un término abstracto inventado por el griego Pericles, acompañado con cultura constituyen un binomio inseparable y progresista, cada uno cumple su rol para que funcione mejor el sistema. Las interpretaciones de democracia son variadas según el avance de modernización y grado cultural de cada región, lo que genera pluralismo, constitutivo como componente esencial del desarrollo social y aceptando las diferencias ideológicas, credo religioso y posición económica.
Colombia desde décadas padece de estos principios, que ataja el desarrollo, amplía la brecha de desigualdad y pobreza, originando enfrentamientos innecesarios, con graves consecuencias como las ocurridas la semana anterior en los departamentos de Antioquia y Valle del Cauca. No reconocer el pluralismo cultural de avanzada, afecta el funcionamiento de la democracia y más aún cuando existen rezagos coloniales que los conservadores radicales preservan y defienden sin mirar el futuro de la nación, los problemas se agudizan.
El sistema político colombiano parte de un Estado social de derecho, concepto que debe respetarse sin discusión y la política debe diseñarse con base a este mandato constitucional como principio fundamental. Bajo esta premisa, se requiere orientar sus programas hacia una cultura democrática, que apunte a favorecer a los pobres y población excluida para que restablezcan sus derechos, capacidad de deliberación y participación política en términos de igualdad. Desde la perspectiva sociocultural, es necesario promover espacios públicos que generen confianza con la presencia ciudadana, en donde se priorice la cultura política democrática, garantizándose la igualdad y libertad pluralista de las ideas. Colombia está lejos de cumplir con estos preceptos democráticos por la hegemonía partidista que ejercen sus líderes sobre la población, que se deja someter sin protestar y atrasan los procesos democráticos sin cambiar sus estructuras, tal como lo propone el gobierno del cambio del presidente Petro. El pluralismo, tan discutido y sin aclarar en los últimos meses y años, se ha convertido en algo controversial que todos opinan sin verificar su concepto de legalidad; aceptar el pluralismo como otra herramienta democrática requiere de la inclusión social de los marginados en todas sus manifestaciones. Un Estado de derecho y social sin énfasis en las necesidades de la población, pierde legitimidad y sus instituciones carecen de función y por sustracción de materia pueden desaparecer. No brindarle la oportunidad e ignorar la capacidad de la sociedad para que sirva de articulador entre el sistema y las comunidades, es desperdiciar una herramienta importante para el desarrollo socioeconómico. El grave problema de nuestros mandatarios es que han desconocido estas opciones que nos brinda la democracia, en ocasiones por ser presentadas por gobiernos vanguardistas y las anulan. El presidente Petro, desde siempre ha propuesto el diálogo como la mejor alternativa para dirimir los conflictos pluralistas, anotando que el cambio no es solo una acción humana, ni es antropocéntrico, sino se ejecuta por medio de la conversación y el consenso con todos los participantes en un espacio territorial definido. El pluralismo, tema de la actualidad, tiene sus orígenes en la colonia y su fea interpretación es la discriminación social, que se inició con la marginalidad de la mujer en las decisiones importantes de los grupos sociales; desde esa época el detrimento en la clasificación de género, etnias y posición social, ha creado un entramado de falacias para justificar las desigualdades, pero las organizaciones sociales feministas y étnicas han logrado algunas reivindicaciones.
Semanalmente aparecen nuevos aspirantes a ocupar el solio de Bolívar, como señal que el pluralismo ideológico, religioso y político está de moda en la democracia cultural colombiana. En esta ocasión la cara desconocida para cientos de miles de nacionales es el papá del asesinado aspirante a la presidencia, Miguel Uribe Turbay, quien aprovechó la oportunidad de tomar la bandera de su hijo, que en esta ocasión es lo contrario, normalmente, es hijo a padre. La otra nueva imagen muy conocida por los colombianos, es el líder carismático, que enfrentó a uno de los personajes más poderosos y polémico de la política; sin temor y miedo como debe ser un buen luchador, aguerrido defensor de los derechos humanos y reconocido político con gran trayectoria nacional por sus capacidades y transparencia como hombre de Estado, que tiene en cuidados intensivos, con pronóstico reservado, a su eterno rival.