En la Sierra Nevada de Santa Marta, ese corazón verde que guarda la memoria de los pueblos ancestrales, la vida se entiende de otra manera. Allí, la naturaleza respira con fuerza y cada ser tiene un lugar en el equilibrio del mundo.
Para quienes son de este territorio sagrado, la enfermedad no es solo un malestar físico, sino un desajuste que nace en el pensamiento y en el espíritu; por eso, la cura comienza desde adentro, en el alma y en la palabra.
En ese contexto aparece la figura de una mujer que ha sabido llevar en su andar el legado de sus ancestros. En las comunidades cercanas la conocen como María del Carmen Villafaña, pero en su pueblo arhuaco su nombre es Dusanariva, letras que reflejan su misión de sanar y acompañar con la fuerza de la palabra y el conocimiento heredado.
María del Carmen se ha convertido en una consejera muy querida entre su gente y en los lugares cercanos a la Sierra. Atiende partos, ayuda a superar enfermedades, trata traumas físicos y emocionales, e incluso acompaña a quienes sufren males que la medicina tradicional considera incurables.
Su forma de atender no se limita al cuerpo; para el pueblo arhuaco, la enfermedad tiene un origen, una vida propia, y solo puede transformarse cuando el pensamiento y el espíritu alcanzan la armonía. En ese sentido, la sanación que ella guía es integral, pues busca el equilibrio entre el cuerpo, la mente y el alma.
Aunque algunos puedan describirla como curandera o partera, no se reconoce bajo esas etiquetas. Su papel es ser una integradora del conocimiento ancestral de su comunidad, puesta al servicio de quienes son capaces de reconocer en ese saber milenario una vía de conexión con lo vivo.
Quienes llegan a sus manos, más que un alivio reciben palabras que reconfortan y guían. En cada uno de sus gestos, transmite la memoria de su pueblo y la enseñanza de que la cura comienza desde adentro, en el pensamiento y en el espíritu.
Así, su huella curativa, nacida de un suspiro, sigue extendiéndose como un legado, convirtiéndose en un símbolo de sabiduría y esperanza, recordando que sanar no es solo curar un cuerpo, sino también reconciliarse con el alma y con la vida.