Miguel Uribe, el mártir de la venezolanización petrista

Por JOSÉ G. MEJÍA J.

La tragedia de Miguel Uribe Turbay no puede leerse solo como un atentado político más en un país marcado por la violencia. Su asesinato lo convierte en mártir de la venezolanización petrista: el síntoma más doloroso de un proceso en el que Colombia dejó de ser una democracia frágil para convertirse en una copia del chavismo. Como en Venezuela, la oposición política fue primero estigmatizada, luego aislada y finalmente puesta en la mira de quienes ven en la violencia un instrumento legítimo de poder.

Las balas digitales de Petro

Antes de las balas reales, numerosas balas letales: las digitales. Gustavo Petro convirtió las redes sociales en trincheras, disparando odio contra la oposición. Miguel Uribe, como líder joven, moderno y opositor, fue blanco de esa artillería verbal. La estigmatización sistemática, los calificativos de “enemigo del pueblo” y las campañas digitales por su rebaño pago de influencers, abonaron el terreno para que la violencia encontrara justificación.
En política las palabras pesan, y las de Petro crearon un clima donde la eliminación del adversario parece un desenlace natural.

Márquez, Maduro y la narrativa de la impunidad

 

El asesinato de Miguel Uribe se conecta con un libreto continental. Iván Márquez, comandante de las disidencias farianas, ha sido durante años huésped de honor en Venezuela bajo la protección de Nicolás Maduro. Desde allí dirige la estructura armada responsable de múltiples crímenes en Colombia.
La paradoja es dolorosa: mientras Márquez era tratado como aliado político en Caracas, en Bogotá la oposición legítima como la de Miguel Uribe era demonizada. Y en este mismo marco, Petro aparece defendiendo al propio Maduro en escenarios internacionales, blanqueando sus crímenes y otorgándole legitimidad diplomática. Además, manifestó que defendería al narcoterrorista Nicolás Maduro con el ejército colombiano. Colocar la sangre de nuestros patriotas al servicio del delincuente, solo una mente retorcida, drogada, siniestra y apátrida como la de Petro hace estos ofrecimientos dantescos.

Miguel Uribe asesinado y Álvaro Uribe preso

El contraste lo dice todo: Álvaro Uribe Vélez, expresidente que combatió a las Farc, permanece bajo detención domiciliaria por decisiones de una justicia ideologizada y selectiva. Miguel Uribe Turbay, representante opositor y joven promesa política, es asesinado sin que el Estado lo protegiera.
Mientras tanto, criminales como Márquez fueron protegidos por regímenes aliados y recibieron un estatus político que jamás debieron tener. Esta inversión de valores, castigar al opositor y blindar al criminal, es la firma más clara de la venezolanización petrista.

La paz total como rendición

Petro bautizó como “paz total” lo que en realidad es cogobierno con bandas armadas. “Paz letal”. Con las disidencias de las Farc, ELN y otros grupos que controlan regiones enteras, imponen carnés, cobran extorsiones y sustituyen al Estado.
En este contexto, la muerte de Miguel Uribe es más que un asesinato: es la evidencia de que la oposición no tiene garantías y que el Estado ha perdido, deliberadamente y como estrategia de caos y vulnerabilidad, el monopolio de la fuerza. Exactamente, lo que ocurrió en Venezuela con los colectivos chavistas.

Zona binacional e infiltración extranjera

La frontera con Venezuela ya no es solo geográfica: es política y militar. Allí confluyen los intereses de Irán, China, Hezbollah y Hamas, que utilizan la región como plataforma de expansión y como refugio de estructuras criminales. En términos militares una retaguardia estratégica, para descansar, apertrecharse, fugarse, narcotraficar, secuestrar y en general criminalizar.
El asesinato de Miguel Uribe no puede separarse de este tablero internacional. La venezolanización de Colombia no es solo copia ideológica: es un proyecto regional que busca consolidar un bloque autoritario en América Latina.

Miguel Uribe, mártir de la oposición en la Colombia chavista de Petro

Miguel Uribe se convierte así en mártir no solo por su juventud y liderazgo truncado, sino porque su muerte simboliza lo que representa hacer oposición en un régimen que utiliza todas las formas de lucha, empezando con la falsedad, cinismo, estigmatización y autoritarismo del gobierno. Su asesinato es un golpe mortal al principio central del Acuerdo de Paz: separar política de armas y garantizar que nadie muera por sus ideas.
La democracia colombiana muere muchísimo con él, como falleció la venezolana en su momento con cada opositor silenciado. Colombia ya no se parece a Venezuela: Colombia ya es Venezuela bajo Petro. La estigmatización del opositor, la protección a criminales, la defensa a Maduro, la “paz total” como rendición y la infiltración internacional confirman que el chavismo se instaló. Muestras adicionales son la salud colapsada, vivienda estancada, infraestructura paralizada, violencia desbordada, déficit fiscal disparado y deuda creciente.

Miguel Uribe Turbay no es solo una víctima de la violencia: es el mártir de esta venezolanización, la prueba de que la oposición no tiene garantías en un país donde el comunismo disfrazado de progresismo se consolidó como régimen.
El espejo está roto: lo que vemos en él no es el futuro de Venezuela, sino el presente de Colombia. Y su sangre, injustamente derramada, es la advertencia más clara de hacia dónde nos están llevando.

Recordar a Miguel Uribe no es solo llorar su ausencia, sino votar en 2026 por quien encarne su lucha y defienda a Colombia de la venezolanización petrista