Por Álvaro Cotes Córdoba
Santa Marta vive atrapada en una tragicomedia dirigida por el alcalde Carlos Pinedo, un protagonista que parece improvisar su guión con cada decisión. En un capítulo reciente de esta farsa, el mandatario permitió que la Fiesta del Mar del año anterior, se desarrollara mientras las calles de la ciudad se ahogaban en aguas de alcantarilla, un espectáculo que mezcló folclor con el hedor de la negligencia.
Pero, en un giro digno de una sitcom de bajo presupuesto, Pinedo decidió suspender, a pocas horas de su inicio, el esperado Maratón Internacional de Santa Marta, un evento que atraía corredores de Inglaterra, Estados Unidos, España y otros siete países, bajo la excusa de un pronóstico de lluvia. ¿Coherencia? En este gobierno, parece un lujo inalcanzable.
Todo el mundo recuerda esa Fiesta del Mar, que con su desfile de carrozas y comparsas, navegó entre charcos fétidos y desagües desbordados. Los asistentes, con más resignación que entusiasmo, bailaron al ritmo de la improvisación distrital, mientras el alcalde, imperturbable, celebraba el “éxito” del evento en el que, supuestamente gastó más de 7 mil millones de pesos, según él, pero aún no ha rendido cuenta clara de cómo se los gastó.
Las imágenes de jóvenes danzarines chapoteando en aguas turbias, las cuales todavía circulan por las redes sociales, no fueron suficientes para que Pinedo ese día no reconsiderara su prioridad: prefirió mantener la fiesta a toda costa, sin importar el costo sanitario o la imagen de la ciudad. Al fin y al cabo, ¿quién necesita infraestructura cuando se tiene folclor?
Sin embargo, cuando llegó el turno del Maratón Internacional ayer, un evento que ponía a Santa Marta en el radar global con atletas de élite y aficionados cruzando océanos para correr en la Perla del Caribe, el alcalde cambió de guión. A pocas horas del pistoletazo de salida, con corredores ya en la ciudad, maletas deshechas y dorsales listos, Pinedo anunció la cancelación. ¿La razón? Un pronóstico de lluvia, ese fenómeno meteorológico que, al parecer, solo afecta a los corredores y no a los desfiles. La decisión, tan repentina como absurda, dejó a organizadores, participantes y patrocinadores con la boca abierta y el orgullo herido. ¿Cómo explicar a un corredor británico, que entrenó meses para esto, que el evento se canceló por una llovizna que ni siquiera llegó?
La ironía es tan densa que podría cortarse con machete. Mientras las aguas residuales no fueron obstáculo para la Fiesta del Mar, unas nubes en el horizonte bastaron para frenar un evento que prometía proyección internacional y beneficios económicos para la ciudad. Los corredores, varados en hoteles, compartían en redes su incredulidad, mientras los samarios, acostumbrados a los bandazos de su administración, sólo podían encogerse de hombros. “Así es Santa Marta”, dirán algunos, pero la resignación no debería ser la moneda de cambio en una ciudad con tanto potencial.
Este no es solo un relato de decisiones mal tomadas; es el reflejo de un gobierno que parece actuar por capricho, sin un guión claro ni un director que entienda la trama. Carlos Pinedo, con su corona de alcalde cuestionada por muchos, escribe un libreto donde la improvisación es la estrella y la coherencia, una mera extra.
La pregunta que queda en el aire, mientras los corredores regresan a sus países y las alcantarillas siguen cantando su propia sinfonía, es simple: ¿cuántos capítulos más de esta comedia soportará Santa Marta?
*Continuará…*