Petro y Char frente a la extorsión: dos miradas para una ciudad sitiada

Barranquilla amaneció esta semana con un grito de auxilio. El alcalde Alejandro Char, en un mensaje público cargado de frustración, puso sobre la mesa una realidad que los comerciantes y ciudadanos ya sienten todos los días: “Estamos cansados de la extorsión”. Su llamado no se quedó solo en la denuncia; pidió con urgencia la intervención del Ministerio de Defensa, la Fiscalía, la Judicatura y el INPEC, recordando que, pese a los vehículos, motos y equipos entregados a la Policía, los resultados siguen sin aparecer en las calles.

El presidente Gustavo Petro respondió, pero lo hizo desde otro ángulo. En lugar de prometer más pie de fuerza o patrullas, apostó por un giro en el modelo de desarrollo de la ciudad. Según él, Barranquilla se ha convertido en el territorio donde más crece la pobreza extrema, y ese es el caldo de cultivo de la violencia. Su fórmula, por tanto, no es inmediata ni militar: volcar el presupuesto hacia la juventud popular y el gasto social.

“Hay que modificar el modelo de desarrollo urbano… hay que volcar el presupuesto distrital hacia la inclusión de la juventud popular”, escribió el mandatario en su cuenta de X, dejando claro que su prioridad está en atacar las raíces estructurales de la inseguridad.

La divergencia no es menor. Char exige resultados de corto plazo —que los ciudadanos vean policías en acción— mientras que Petro habla de una apuesta de fondo, una ciudad distinta, menos desigual y con oportunidades reales para sus jóvenes.

Entre tanto, las cifras crecen como si fueran un termómetro desbordado. Investigaciones del profesor Alejandro Blanco muestran que las denuncias por extorsión en Barranquilla pasaron de 40 a 192 en apenas dos meses, y aunque bajaron levemente en abril, se mantienen en niveles alarmantes. A esto se suman los robos, los atracos, el miedo en los barrios y un dato que sacude: 451 homicidios en Barranquilla y el Atlántico solo en el primer semestre de 2025.

La ciudad, que hace años se vendía como ejemplo de progreso, hoy aparece en titulares por la extorsión, el sicariato y la angustia cotidiana de sus habitantes. En este escenario, la pregunta queda flotando: ¿quién tiene la respuesta que esperan los barranquilleros, el alcalde con su reclamo de fuerza inmediata o el presidente con su proyecto de transformación social a largo plazo?

Lo cierto es que, mientras se define el camino, los comerciantes siguen abriendo sus locales con miedo, las familias se acuestan con la incertidumbre y la extorsión se ha convertido en la sombra más pesada sobre la capital del Atlántico.