Ojo con la unidad sin democracia

De nada sirve una unidad impuesta desde arriba en un pacto de salón que deje de lado a los votantes.

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Por Mauricio Vargas – ANALISTA SÉNIOR

El Tiempo

En medio de la tristeza y de la indignación tras la muerte del precandidato Miguel Uribe Turbay, asesinado por los amigos del régimen –los mismos a los que el presidente Gustavo Petro ha querido convertir en gestores de paz–, el aspirante presidencial David Luna hizo un llamado a que las corrientes políticas que desean un cambio de rumbo tras el desastroso mandato petrista se unan en torno a unas reglas claras para elegir un candidato único con miras a las elecciones de 2026.
La palabra unidad convoca fácil el aplauso. Pero vale la pena reflexionar tanto sobre los mecanismos para construir esa unidad como sobre la oportunidad –el momento indicado de sellarla–, pues no por mucho madrugar amanece más temprano. Con razón, el senador y también precandidato Mauricio Gómez sugirió buscar esa unidad por una vía democrática, algo con lo que luego, el viernes, Luna estuvo de acuerdo.
Una unidad impuesta desde arriba, como un acuerdo entre precandidatos y jefes de los partidos, un pacto de salón que deje de lado a los votantes, aparte de resultar excluyente y antipático, puede derivar en la designación de un candidato que no esté sintonizado con la gente y que, a la hora de las elecciones, no sea capaz de convocar a una mayoría de sufragantes.
Colombia ha sido innovadora en el uso de las consultas internas de partidos y coaliciones. La primera de ellas condujo, tras el asesinato de Luis Carlos Galán en agosto de 1989, a la elección de un candidato único liberal, César Gaviria, en marzo de 1990. Eso le permitió al país resistir a la amenaza terrorista de Pablo Escobar, y abrir las puertas a la Constituyente de 1991.
La efectividad política del mecanismo quedó demostrada en las dos más recientes elecciones: Iván Duque ganó la consulta del centroderecha en marzo de 2018, y luego las presidenciales, al igual que lo hizo Petro en 2022, al ganar la consulta de su sector en marzo, y luego –disfrazado de centroizquierdista moderado–, las presidenciales. Se enfrentó a Fico Gutiérrez, quien también surgió de una consulta, pero tuvo que luchar contra el deseo de los votantes de ensayar algo nuevo. Eso, además de la maniobra petrista de inflar a Rodolfo Hernández y de las siniestras alianzas del ganador con los criminales del pacto de La Picota.
Las consultas se complementan con el sistema de doble vuelta: los dos candidatos más votados en la primera, el último domingo de mayo, definen entre ellos el ganador en la segunda, el tercer domingo de junio. Aparte de ser una vacuna contra las divisiones, este proceso tiene varias ventajas más.
La palabra unidad convoca fácil el aplauso. Pero vale la pena reflexionar tanto sobre los mecanismos para construir esa unidad como sobre la oportunidad –el momento indicado de sellarla–, pues no por mucho madrugar amanece más temprano

La primera es que involucra a la gente, y así el candidato ganador de la consulta tiene más legitimidad y más opciones de sumar votos. La segunda es que el proceso se convierte en una prueba de selección que elimina a los más débiles, a los inviables, mientras los más fuertes, los que más sintonizan con la gente, se abren paso. Y la tercera es que las consultas de marzo impulsan las listas al Congreso, con lo cual el candidato elegido encuentra luego, en el Senado y la Cámara, una buena base para gobernar.
Un candidato de unidad, designado con demasiada anticipación, estaría expuesto al desgaste durante muchos meses. ¿Se imaginan a las poderosas bodegas del internet petrista acribillándolo día y noche? En cambio, un candidato ungido en marzo tendría un aroma fresco, podría aprovechar el impulso de la consulta para ganar la primera vuelta y, si allí no consigue más del 50 %, imponerse en la segunda, como hizo Duque al derrotar a Petro en 2018.
No se equivoquen: la unidad no se construye con afanes que solo dejan cansancio y desgaste. Se construye de cara a los electores y con su participación, no de espaldas a ellos, negándoles el derecho a intervenir en la decisión. Eso es justamente lo que distingue a los demócratas de los demás. De modo que unidad sí, pero democrática, no a la brava ni a las carreras.
MAURICIO VARGAS
mvargaslina@hotmail.com
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