En Remolino, Magdalena, el sonido del viento ya no es un alivio contra el calor: es una advertencia. Por tercera vez en el año, un vendaval arrasó con el municipio, dejando techos en el suelo, árboles atravesados en las calles y familias enteras sin un lugar donde dormir.
La madrugada se convirtió en caos. El aire, en cuestión de minutos, levantó láminas de zinc, arrancó paredes y convirtió la lluvia en cortinas de agua que inundaron calles y casas. Las imágenes que circulan muestran a madres llorando frente a lo poco que quedó, mientras vecinos recogen pedazos de madera y tejas retorcidas.
“Esto es cada vez peor. No nos da tiempo de recuperarnos y vuelve a pasar”, cuenta un habitante que, por tercera vez este año, tendrá que reconstruir su hogar desde cero.
La comunidad exige que las autoridades pasen de la visita y la foto a las soluciones reales: techos nuevos, muros reforzados y un plan de prevención que no dependa de la suerte. Porque en Remolino, cuando el viento llega, todos saben que algo se va a perder.