POR: LUNA CONTRERAS CERPA
A lo largo del semestre (I-2025), el Curso de Procesos Curriculares Emergentes, orientada por el profesor Reynaldo Mora Mora, se convirtió en un verdadero espacio formativo que trascendió el cumplimiento de un programa académico para instalarse como una experiencia reflexiva sobre el papel del currículo, la educación y la sociedad. Esta asignatura, lejos de presentarse como una clase más, funcionó como un espacio de pensamiento, discusión y resignificación en torno a las prácticas escolares y los conceptos que a menudo damos por sentados, como el de formación, enseñanza o pertinencia educativa.
Desde la primera sesión, el profesor Mora dejó claro que su metodología se aleja de la simple transmisión de contenidos. Si bien emplea el dictado como herramienta estructurante de la clase, no se trata de un dictado pasivo ni mecánico. Cada frase compartida en el aula se convierte en una provocación, en una pregunta que interpela al estudiante y le exige posicionarse frente a los problemas de la escuela y la sociedad. Así, dictar no significa repetir, sino construir colectivamente un discurso que se va elaborando en el diálogo constante con el contexto. Por lo que, en cada encuentro, Mora empieza con una idea central, generalmente anclada en un problema social o educativo actual. Desde allí despliega una serie de reflexiones que no solo aportan al conocimiento teórico del currículo, sino que abren preguntas sobre nuestro rol como futuros profesionales de la educación. Por ejemplo, en varias sesiones, el profesor interpeló directamente a la clase: “¿Quién debe construir el currículo?” o, “¿Es posible un currículo sin ética?”. Estas preguntas no solo orientaban la sesión, sino que provocaban discusiones profundas, algunas veces con posturas encontradas, pero siempre guiadas por el respeto y la argumentación.
Lo notable en la propuesta del profesor es que cada clase se convierte en una especie de ensayo oral, donde los elementos teóricos se entrelazan con ejemplos reales, con el análisis de políticas educativas y con las vivencias de los mismos estudiantes. En este sentido, su clase no se limita al aula: dialoga constantemente con la vida, con las instituciones educativas reales, con las tensiones sociales y culturales que atraviesan el país. Uno de los aportes más significativos de la asignatura es la comprensión del currículo como una construcción social, histórica y ética, a través de los textos del propio profesor, como «El currículo contextualizado y pertinente», se comprendió que este no es un simple conjunto de contenidos o asignaturas, sino el corazón de la institución educativa. De ahí que Mora insista en que su construcción debe ser liderada por personas con verdadera vocación formativa, capaces de comprender las demandas del contexto y de diseñar propuestas pertinentes que respondan a esas realidades. Esta perspectiva nos obligó a abandonar concepciones técnicas o estandarizadas del currículo, para asumirlo como un espacio político, ético y cultural.
Durante el semestre, se profundizó en la idea del “realismo curricular”, propuesta por el profesor Mora, la cual parte del reconocimiento de que cada institución educativa tiene una identidad y unas necesidades particulares que deben ser consideradas en la formulación curricular. Así, el currículo no puede ser replicado de manera uniforme en todos los contextos, sino que debe construirse desde y para la comunidad educativa. Este principio fue constantemente reforzado mediante preguntas en clase: “¿Qué sentido tiene que la Ley 115 defina el currículo para todas las instituciones del país?” o “¿Qué pasa cuando el currículo ignora el contexto?”. Cuestionamientos que nos llevaron a repensar los marcos normativos y a valorar la autonomía institucional como una herramienta de transformación.
La metodología del profesor combina el rigor conceptual con la sensibilidad pedagógica. A lo largo del semestre, se nos exigió construir argumentos sólidos, leer críticamente, escribir desde nuestras convicciones y dialogar con el pensamiento de otros. Sin embargo, nunca se trató de una exigencia autoritaria ni distante. Por el contrario, Mora demostró una cercanía pedagógica que facilitó la participación y el compromiso del grupo. Sus preguntas no buscaban respuestas únicas, sino múltiples perspectivas; no promovían el acierto inmediato, sino el proceso de reflexión. Un aspecto que merece destacarse es el compromiso del profesor con una ética del enseñar, en sus palabras y en su práctica docente se hace evidente una preocupación profunda por la formación integral de los estudiantes, cada sesión fue una invitación a pensarnos como sujetos formadores, con responsabilidades no solo académicas, sino también sociales y humanas. En varias ocasiones, se discutió sobre el papel de los asesores curriculares, y Mora fue enfático al señalar que esta función no puede estar en manos de improvisados o tecnócratas, sino de personas que comprendan que en cada decisión curricular está en juego la vida de los estudiantes, su dignidad y su derecho a una educación pertinente.
Además, el desarrollo de la clase se caracterizó por su coherencia interna. Lo que el profesor decía era validado por lo que hacía. Si hablaba de educación crítica, su clase se estructuraba en función del pensamiento crítico. Si hablaba de diálogo, la participación era fundamental. Si mencionaba la ética, su trato respetuoso y horizontal con los estudiantes la encarnaba. Esta coherencia pedagógica generó un ambiente propicio para el aprendizaje, donde los estudiantes nos sentimos escuchados, retados y acompañados. Otro elemento distintivo fue la manera como se incorporaron los textos. Lejos de ser lecturas obligatorias, se nos animaba a debatirlos, a criticarlos, a conectarlos con nuestras experiencias.
Finalizando el semestre, fue evidente que más allá de haber adquirido conocimientos sobre el campo curricular, nos llevamos preguntas esenciales para nuestra práctica profesional. ¿Desde dónde construimos nuestras propuestas educativas? ¿Estamos dispuestos a escuchar el contexto, a dialogar con la comunidad, a asumir la educación como una práctica ética? Estas preguntas, sembradas con constancia por el profesor Mora, serán semillas que germinen en nuestros futuros espacios de enseñanza.
En síntesis, la clase del profesor Reynaldo Mora Mora es un ejemplo de lo que significa educar con compromiso, con profundidad y con sentido. Su metodología, que combina el dictado reflexivo con la interacción crítica, demuestra que es posible enseñar desde la palabra, pero también desde el ejemplo. El semestre no fue solo un recorrido por teorías curriculares, sino un camino hacia una comprensión más humana, crítica y transformadora del acto educativo y si algo podemos afirmar al cierre del curso, es que salimos con más preguntas que respuestas, pero con la certeza de que esa es justamente la tarea de todo buen maestro: despertar la inquietud, provocar la reflexión y formar sujetos capaces de pensar, sentir y actuar en y desde su contexto. Este ejercicio hace parte del Taller de Lectura y Escritura en el campo intelectual del currículo en el Programa de Licenciatura en Ciencias Sociales de la Universidad del Atlántico (I-2025).