En la vida de Miguel Uribe Turbay, la política y la música convivieron en un mismo escenario. Desde niño, la sensibilidad artística lo acompañó; a los cinco años ya dominaba el piano, la guitarra y la batería.
Sin embargo, guardaba un sueño intacto, casi infantil, que el tiempo no borró, y era tener un acordeón y aprender a tocar vallenato.
Ese deseo se cumplió cuando un 24 de diciembre, su esposa, María Claudia Tarazona, lo sorprendió con el regalo que tanto había esperado. La emoción fue tal que no esperó a recibir clases formales; buscó tutoriales en YouTube y, con paciencia y disciplina, convirtió cada nota en un homenaje a su amor por el folclor.
Entre sus interpretaciones favoritas estaba ‘Alicia adorada’ de Juancho Polo Valencia, una melodía que, según contaba, siempre lo conmovía.
En sus viajes a Valledupar, Uribe no se conformaba con escuchar. Allí, se dio el lujo de tocar junto a leyendas como Gustavo Gutiérrez Cabello, Julián Rojas y El Mono Zabaleta, compartiendo con ellos la alegría que solo el acordeón puede transmitir. Para él, cada acorde era un puente entre la tradición y su propia historia personal.
El lunes 11 de agosto, la noticia de su fallecimiento, tras el atentado sufrido el pasado 7 de junio en Bogotá, dejó un vacío no solo en la política colombiana, sino también en la escena cultural que tanto valoraba.
Paz en su tumba.