Santa Marta: De la fiesta millonaria a la ciénaga de la desidia

Por: Álvaro Cotes Córdoba

Santa Marta, la Perla del Caribe, la ciudad dos veces santa, celebró sus 500 años de fundación con una Fiesta del Mar que costó más de 12 mil millones de pesos, una ostentosa exhibición de luces, tarimas y conciertos que pretendía proyectar grandeza. Pero, apenas días después, la ciudad se ahoga en un lodazal de aguas residuales, basura acumulada y una inoperancia que señala directamente al alcalde Carlos Pinedo Cuello, cuya gestión parece más enfocada en el espectáculo que en las necesidades urgentes de los samarios.

Mientras los contenedores de basura desbordan desperdicios en barrios como Pescaíto, Bastidas, Ciudadela 29 de Julio o Curinca, el hedor se mezcla con el agua estancada de las inundaciones que colapsaron la ciudad tras las lluvias del 3 de agosto. Más de 2.000 viviendas quedaron afectadas, con el agua alcanzando hasta dos metros de altura en sectores como Pescaíto, según reportes oficiales. La declaración de calamidad pública por parte de Pinedo no ha sido suficiente para mitigar el caos: las calles siguen convertidas en cloacas a cielo abierto, y los ciudadanos, indignados, se preguntan dónde está el liderazgo que tanto prometió el alcalde.

La empresa Atesa, encargada de la recolección de basura, parece operar con una indolencia que raya en el descaro. Los contenedores, repletos desde antes de las festividades, son un monumento a la ineficiencia. Pero la responsabilidad última recae en Pinedo, quien, como máxima autoridad, no ha ejercido la presión necesaria para que Atesa cumpla con su deber. ¿Dónde está la vigilancia? ¿Dónde está la gestión? La ciudad no solo huele a basura; apesta a negligencia.

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El contraste es escandaloso. Mientras Pinedo gastaba más de 12 mil millones de pesos en la Fiesta del Mar, una celebración empañada por el colapso del alcantarillado que dejó a turistas y artistas desfilando entre aguas negras, los problemas estructurales de Santa Marta siguen sin solución. La ciudad carece de un sistema de alcantarillado pluvial adecuado, y las corrientes que bajan de la Sierra Nevada convierten cada aguacero en una emergencia. A esto se suma una donación de 200 mil dólares (unos 818 millones de pesos) del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) para atender a los damnificados por las inundaciones. Sin embargo, los samarios no ven ni un peso reflejado en soluciones reales: ¿dónde está ese dinero? ¿En más eventos de pompa o en las arcas de una administración opaca?

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Las críticas no son nuevas. El concejal Miguel “El Mono” Martínez ha denunciado la falta de una planta de tratamiento y el vertido de aguas residuales al mar, a solo 400 metros de la costa, mientras Pinedo presume de “inversiones históricas” que no se materializan. En su rendición de cuentas, el alcalde habla de 908 mil millones de pesos invertidos en 2024 y un billón doscientos mil millones proyectados para 2025. Pero, ¿dónde están las obras? Un puente peatonal en Villa Leidy, sospechoso de sobrecostos, es lo único tangible que puede mostrar. El resto son promesas vacías, mientras la ciudad se hunde en el abandono.

La opulencia personal de Pinedo no ayuda a calmar los ánimos. Su lujosa mansión en El Rodadero, valorada entre 4.000 y 7.000 millones de pesos, y su camioneta de 800 millones, contrastan con la miseria de una ciudad que no tiene agua potable ni alcantarillado eficiente. Las preguntas sobre el origen de su fortuna, planteadas por medios como *Cambio*, resuenan en una ciudadanía que ve en su alcalde no un líder, sino un símbolo de la desconexión y el despilfarro.

Santa Marta no necesita más fiestas millonarias ni discursos grandilocuentes. Necesita un alcalde que priorice lo esencial: agua, saneamiento, seguridad. Mientras Pinedo celebra entre lujos, los samarios navegan entre basuras e inundaciones, atrapados en una ciudad que, a sus 500 años, merece mucho más que un gobernante ausente. La indignación crece, y la pregunta resuena en cada esquina: ¿dónde está el dinero, señor alcalde?

*Nota:* Mientras hacía un recorrido por los contenedores de basuras para tomarles las fotos, al retornar a casa, aún tenía impregnado en la ropa el olor emanante de esos contenedores.