Mientras colchones mojados se amontonan en las esquinas y familias enteras pasan la noche sobre el barro frío en barrios como Pescaíto, Bastidas, María Cristina, Timayui y Villa del Carmen, desde un escritorio en el centro de Santa Marta, la Oficina de Gestión del Riesgo insiste en que “no hay damnificados”.
Así lo dijo Alex Velásquez, jefe de esa dependencia, quien en declaraciones radiales afirmó que “no hay hechos que lamentar ni personas heridas o damnificadas” tras el torrencial aguacero del domingo. Pero para cientos de ciudadanos que lo perdieron todo, esa afirmación no solo es insultante, sino desconectada de la realidad.
Las imágenes desmienten al discurso oficial: casas inundadas, alimentos dañados, electrodomésticos inservibles y niños durmiendo en el suelo. En al menos 50 barrios, lo que cayó del cielo no fue solo agua, sino la confirmación de un viejo reclamo: en emergencias, los más pobres están solos.
“La Alcaldía no vino, el alcalde no vino, nadie vino. Estamos sacando el agua con baldes y recogiendo lo que quedó. Pero para ellos, no pasó nada”, dice indignada una vecina de Villa del Carmen, mientras intenta rescatar un ventilador lleno de lodo.
La ausencia de visitas técnicas, la falta de ayudas y el silencio institucional tienen a las comunidades en pie de denuncia. No se explican cómo es posible que, en medio de evidencias tan contundentes, las autoridades se limiten a decir que aún están “consolidando la información”.
El alcalde Carlos Pinedo Cuello, hasta ahora, no ha visitado ninguno de los barrios afectados, y su silencio ha sido tan fuerte como el aguacero. Las críticas no se han hecho esperar, y cada vez son más las voces que señalan al gobierno distrital por inoperancia e insensibilidad.
En Santa Marta, lo que se desbordó no fue solo el agua: también la paciencia. Porque para quienes lo perdieron todo, decir que no hay damnificados es una forma cruel de borrarlos del mapa.