El reloj marcaba las 6 de la tarde, y el sol aún luchaba por imponerse sobre el concreto caliente del sur de Barranquilla. En medio del ruido de los buses y la indiferencia del tráfico, los disparos irrumpieron como un mal presagio bajo el puente de Murillo con Circunvalar.
Una mujer cayó al suelo, sin nombre conocido, sin historia contada. Murió ahí, sobre el asfalto, en un rincón donde la ciudad suele pasar de largo.
No hubo tiempo para auxilios, ni gritos. Solo el murmullo de quienes llegaron después, los que miran de lejos pero no preguntan. Las autoridades hicieron presencia, pero hasta ahora su identidad es un dato que aún no figura en ningún informe.
Barranquilla se acostumbró a estos silencios incómodos. A estas muertes que llegan sin aviso y se van sin justicia.
Y mientras tanto, la ciudad sigue su curso. El puente sigue ahí. El tráfico no se detiene. Y una mujer, cuyo nombre todavía no conocemos, se convierte en una más de las que nadie recuerda, pero todos temen.