Por: Walter Pimienta
Por muchos años, las radionovelas fueron siempre un referente en la vida de mi madre volviendo casi reales, como de carne y hueso, a los personajes que idealizaba hasta hacerlos parte de su vida cotidiana.
Era consuetudinariamente, por “Emisoras Riomar”, del “Circuito Todelar de Colombia”, por donde dichas radionovelas se emitían, cultivando en ella una manera de atención que la impulsaba a no mover, por ningún motivo, durante el día, el dial de dicha difusora, especie de radio teatro del aire donde ella, escuchando: “El muro del odio”, “Teresa”, “Un largo camino”, “Cadenas malditas”, “Lejos del nido”, “Corazón salvaje”, “Jan del diablo”, “Bodas de oro”, como entrando en una dimensión desconocida, jugaba con su propia fantasía mientras, en una mesa, poniendo el radio en el corredor, con el oído parado, entre aromas de condimento y especias, preparaba el almuerzo y después, sin que se le quemara el arroz por estar distraída, la comida de la tarde.
Yo fui testigo silencioso de aquello, cuando regresando de la escuela, en la comodidad de haberme cambiado de ropa, luego de hacer las tareas, de paso las oia las radionovelas de mi madre, entendiendo diálogos, descripciones, efectos de sonido, voces y musicalizaciones, que se me quedaron en el imaginario sentado alrededor de aquella “caja mágica” donde compartí aventuras y experiencias con Kaliman, “El bucanero audaz”, “Corzo, el gitano” , “Ojo de águila”, “El Capitán Silver”, “Lobo del mar “y se me arrugaba el corazón con “Germancito”, un niño perdido en la ciudad.
Hoy, lo confieso: las piezas dramáticas de las radionovelas que mi madre escuchaba entonces, me posibilitaron el reflexionar de ahora desde la realidad y la fantasía de lo que hogaño escribo, pues en mi pueblo, para entonces, ni siquiera había biblioteca.
Con mi madre, en su radio de pilas, compartí narraciones que convertía en utopías escuchando a “Kadir, el árabe”, “Infierno azul”, “Infierno verde”, “Raíz amarga”, “Pueblo chico”, sin que ella, en medio de sus quehaceres, desatendiera el fervor hogareño sin dejarme, para nada, pero para nada, mover el dial con este categórico ordenar: “Ira…ni creas que me vas a mover la emisora. Ahora viene “El amor llegó más tarde y después “Amor comprado”, de Corín Tellado…que está más buena”.
No lo niego, impactaba en mí conciencia lo que escuchaba en las radionovelas de ese tiempo; sí, claro, eran relatos ficticios, pero fantásticos, creados por una imaginación que buscaba en uno, una respuesta ilusoria pero que por media hora, gracias al patrocinio de “La Fina, la margarina, la preferida en la mesa y la cocina” y de “Top” el detergente…”Con Top el detergente, su ropa dura más, si con Top lavas, su ropa no acaba. Maravilloso para el hogar…Top para la ropa…Top, para lavar…!Top es del otro mundo!”….dejaron en mí una huella cultural arraigada encontrando a mi edad (unos 12 años en adelante), una manera práctica, didáctica y entretenida de mirar el mundo desde una visión distinta, más positiva y atractiva; construyendo realidades irreales, alimentando en mi libreta de borrador mis primero relatos inconclusos transportado en épocas y en unos lugares inimaginables…en tanto mi mamá, que nunca perdía la trama de “Cristina, perdón para una mujer”, vaticinaba el próximo capitulo alimentando en el desarrollo de la misma su espíritu ávido de encontrar, al término de la misma, un final “rosa” para la pobre protagonista presa por un delito que no cometió.
De veras que mi madre y yo, en esa época de radioescuchas de radionovelas, encontrábamos sentido a la existencia de las mismas al crear en la imaginación episodios, que al contrario de lo que sucede hoy con las telenovelas, donde la imagen prevalece, el pensamiento es pasivo y no así en la radio. Sino mire, o en este caso lea o crea que lo está oyen, un pasaje narrativo de una radionovela de Kalimán que en la voz de Esther Sarmiento de Correa, así se escuchaba:
“Dos singulares turistas abandonan el hall del hotel Piccadilly avanzando hacia la acera. (sonido ambiente de pasos) A su paso un mozo uniformado se inclina en un saludo atento, mientras abre las puertas (sonido ambiente de puertas chirriando al abrirse)…para dar paso a dos distinguidos huéspedes: uno era un muchacho de rostro vivaz y alegre vistiendo su bien cortado traje de alpaca gris. El otro, un extraño y singular caballero vestido a la usanza hindú, alto y de complexión atlética quien, al accionar los brazos, dejaba en evidencia los poderosos bíceps que amenazaban con romper la fina seda y su amplio tórax se expandía al ritmo de su respiración”…
La verdad verdadera, había en los 60s, radionovelas para todo, las hacían pensando en lo masivo y en los modos de las clases populares pero al mismo tiempo gestoras de valores en la familia y con un poder de comunicación tal que lo narrado en ellas, “se veía” a través de las voces de los radios actores afirmando los yentes que Luis Chape, con su voz de viejo con gripa solapada, siempre actuaba de malo; Gaspar Ospina, siempre tenía que ser Kaliman y Erica Crum, el Solín siempre niño.
Mi madre hizo de sus radionovelas su vida diría. Se volvía “una protagonista más” de las mismas e involucraba en ellas al grupo familiar discutiendo el devenir de personajes enredados en líos de cruenta solución y entonces, haciendo de libretistas, se jugaba entre todos los términos y opciones que tendría éste para salir de ellos o se jodía.
Mi madre fue, una potente consumidora del producto llamado radionovelas, tanto así que lavaba la ropa con “Top”, y si no comparaba “La Fina, la margarina, la preferida en la mesa y la cocina”, fue porque en el pueblo no había entonces energía eléctrica y de haberla, al no tener nevera, esta se le iba a poner rancia…