“Odiar a los ricos, soñar con ser uno: la contradicción de nuestro tiempo”

Por Guillermo E. Peña B.

Vivimos en una era de contradicciones. En redes sociales, en tertulias de café o en discursos políticos, se ha vuelto casi una moda atacar a los ricos. Se les tilda de explotadores, evasores, insensibles. Y, sin embargo, muchos de esos mismos críticos sueñan con una vida de lujos, viajes, seguridad financiera… o incluso ya disfrutan de privilegios que contradicen su discurso.

Es frecuente ver a quienes despotrican contra la riqueza viviendo en los mejores barrios de las ciudades, enviando a sus hijos a los mejores colegios, y disfrutando de comodidades que los distancian de la realidad que dicen defender. Esta doble moral no solo genera incoherencia, también perpetúa una narrativa tóxica que frena el verdadero desarrollo.

El problema no es la riqueza en sí, sino cómo se consigue y para qué se utiliza.
Lo que debe incomodarnos es la corrupción, el abuso o la acumulación basada en la injusticia. Pero no el trabajo honesto, el emprendimiento, ni el éxito alcanzado con visión, disciplina y sacrificio.

La riqueza bien lograda genera empleo, impulsa el desarrollo económico y crea bienestar colectivo.
Las empresas exitosas sostienen miles de familias, promueven innovación, y aportan al crecimiento de las ciudades y regiones. La prosperidad individual no es enemiga del bien común; cuando es ética y productiva, es una de sus principales aliadas.

La cultura del “antimillonario” no solo distorsiona el debate público, también sabotea el progreso personal.
Mientras odiamos al que lo logró, dejamos de aprender cómo lo hizo. Mientras señalamos su fortuna, olvidamos preguntarnos qué podríamos hacer con nuestro talento, esfuerzo y creatividad para mejorar nuestro propio destino.

No se trata de idealizar la riqueza, pero tampoco de verla como un pecado.
Una sociedad sana debería celebrar al que asciende con mérito, no aplastarlo con prejuicios. Debería inspirarse en quien prospera limpiamente, no condenarlo por atreverse a soñar en grande.

Queremos más igualdad, sí. Pero no se logra destruyendo al que tiene, sino ampliando las oportunidades del que no.
Que el éxito de uno no despierte odio, sino esperanza.
Porque si odiamos lo que en el fondo deseamos, solo alimentamos frustración y estancamiento.

¿Y tú, qué piensas? ¿Estamos listos para admirar sin envidiar?