Creyó en una segunda oportunidad. Tal vez en el amor. Quizás en la redención. Pero lo que encontró fue la muerte. Yesica Noelia Duarte, madre de cuatro hijos, fue asesinada a sangre fría por su esposo, Ángel Nicolás Castro, un hombre con antecedentes por homicidio con quien se había casado apenas semanas atrás… en prisión.
El crimen ocurrió en Berisso, Argentina, el pasado 27 de julio. Yesica tenía 33 años; su hijo menor, solo siete. Fue ese pequeño quien se convirtió en testigo de una de las escenas más brutales que puede presenciar un niño: ver cómo su madre cae abatida por las balas que disparó el hombre que decía amarla.
Yesica y Castro convivían bajo arresto domiciliario. Ambos portaban tobillera electrónica. A ella la procesaban por tenencia y venta de drogas; a él, lo condenaban por matar. A pesar del historial, decidieron casarse. El sistema judicial —frágil, permisivo, ciego a veces— lo permitió.
Lo que siguió fue una relación marcada por el control, los celos y el miedo. Según los testimonios recogidos por las autoridades, Ángel solía portar armas y amenazaba constantemente. El día del crimen, todo estalló por una discusión y la exigencia del celular. La respuesta fue letal: dos disparos, uno en el abdomen, otro debajo de la axila.
Después del asesinato, intentó suicidarse. No lo logró. Está hospitalizado, con riesgo de perder un ojo. La justicia decidirá su destino, si sobrevive.
Pero la justicia real —la que no cabe en expedientes ni se mide en años de condena— ya falló. Falló para Yesica, que creyó que podía reconstruir su vida. Falló para sus hijos: tres adolescentes que ahora han quedado huérfanos y un niño que tendrá que cargar con una herida imposible de curar.
Este caso no es solo una historia individual de violencia. Es un espejo incómodo de un sistema que libera homicidas sin garantías, que monitorea con tobilleras a quienes necesitan barreras reales. Es el reflejo de una sociedad que normaliza el control, que romantiza el peligro, que relega la protección de mujeres y niños a un último lugar en la lista de prioridades.
Yesica Noelia Duarte ya no está. Su historia, en cambio, debe quedarse. Para incomodar. Para doler. Para no repetirse.