Pese a los llamados al diálogo y los golpes policiales contra el crimen organizado, julio cerró con 78 muertes violentas en el Atlántico, 66 de ellas por sicariato. La promesa de seguridad se diluye en barrios sitiados por la violencia.
Por: Redacción.
DIARIO LA LIBERTAD
La danza de la muerte no da tregua…
Mientras las autoridades repiten anuncios de diálogo, sometimientos voluntarios y mesas de concertación, los cuerpos siguen cayendo en las calles del Atlántico. El mes de julio de 2025, lejos de ser un punto de inflexión en la violencia criminal que azota la región, se consolidó como el más sangriento de los últimos tres años: 78 muertes violentas, de las cuales 66 fueron por sicariato.
No bastaron los titulares esperanzadores sobre negociaciones con alias Castor y Digno Palomino, ni los comunicados sobre 4.300 capturas en el Área Metropolitana de Barranquilla. Tampoco fue suficiente que se reportaran 127 golpes contundentes a estructuras criminales. La muerte continúa, implacable, burlándose de cualquier retórica oficial.
Barranquilla: capital sitiada
El Distrito de Barranquilla registró 39 asesinatos, siendo la Localidad Suroccidente la más afectada con 15 casos, seguida por Suroriente (12), Metropolitana (7), Norte Centro Histórico (4) y Riomar (1). Pero la tragedia no termina allí. En el municipio de Soledad se contabilizaron 26 homicidios, en Malambo 4, y en Puerto Colombia, Suan, Manatí y Baranoa, un caso en cada uno. Sabanalarga, por su parte, fue escenario de 5 asesinatos.
Entre las víctimas, figuran 4 mujeres, 3 de ellas abatidas por sicarios y una más alcanzada por una bala perdida, elevando a 41 los feminicidios en lo corrido del año. La violencia no discrimina: entre los 34 lesionados por sicariato sobreviven dos menores de edad, un artista y un defensor de derechos humanos. Todos ellos, cifras vivas de un sistema en ruinas.
Barrios marcados por la sangre
Zonas como El Bosque, La Paz, Nueva Colombia, Los Olivos, Valle y Villate siguen siendo epicentros del miedo, vestigios de antiguas guerras urbanas que nunca terminaron. En Rebolo se documentaron 5 asesinatos, y en San Roque, Bella Arena y la Avenida de las Torres, el control territorial es ejercido por alias Hippie, líder de una red de extorsión que opera sin mayores obstáculos.
Otros barrios como Malvinas y Sierrita repiten con 3 muertes cada uno, mientras que en sectores como La Loma, Villanueva y el Centro, los cadáveres flotan en los canales como testigos silenciados. En Soledad, los barrios Gaviotas, Las Colonias, La Bonga, Cachimbero, Vistahermosa, La Fe y Ciudad Bolívar suman muertes y dolor, destacando el asesinato de dos menores afrodescendientes en su lugar de trabajo, víctimas de bandas de extorsión.
Un patrón en ascenso
Las cifras no mienten: julio de 2023 cerró con 59 muertes violentas, julio de 2024 con 68 y julio de 2025 con 78. El acumulado en lo que va del año asciende a 529 víctimas por violencia letal, de las cuales 465 corresponden al Área Metropolitana y 287 a Barranquilla.
Este contexto muestra una creciente incapacidad institucional para frenar la expansión del crimen organizado, que ha convertido la vida cotidiana en una ruleta macabra. La instrumentalización de nuevos actores violentos, la fragmentación del territorio urbano y la ausencia de pruebas de resultados reales agravan el descreimiento de la ciudadanía en sus autoridades.
¿Y el diálogo? ¿Y la paz?
Los anuncios de diálogo, como bien lo señala el experto en seguridad Arturo García Medrano, aún no interrumpen la muerte. La retórica gubernamental se topa con una estructura criminal en expansión, que administra territorios, cobra rentas y decide quién vive o muere. Los resultados operativos no se traducen en reducción de homicidios, y las negociaciones no han detenido ni una sola bala.
“Ojalá en estos meses venideros los mensajes y llamamientos de las autoridades confronten a los violentos con la urgente necesidad de reducir estos crímenes”, señala el boletín del Sistema Civil de Alertas Tempranas. Pero para que esto ocurra, no bastan comunicados; se requiere verdadera voluntad política, transparencia en los procesos de diálogo, y acciones concretas que devuelvan la seguridad a los barrios olvidados.
Julio se fue dejando un manto de sangre, un grito ahogado en los cuerpos que flotan, y una certeza lacerante: la danza de la muerte no se detiene con discursos, sino con justicia real.
Y.A.