¿Democracia en coma? La Asamblea Legislativa de El Salvador dio un paso que muchos califican como autoritario: habilitar la reelección indefinida del presidente y extender su periodo de gobierno de cinco a seis años. ¿Qué hay detrás de esta jugada política?
Con una mayoría avasalladora de 57 votos a favor (de un total de 60), dominada por el partido oficialista Nuevas Ideas y sus aliados, la Asamblea Legislativa salvadoreña aprobó una polémica reforma constitucional que permitirá al presidente Nayib Bukele postularse cuantas veces quiera y, de paso, permanecer más tiempo en el poder.
La impulsora de la iniciativa, la diputada Ana Figueroa, justificó la medida señalando que “lo importante es darle el poder total al pueblo salvadoreño” y comparó la posibilidad de reelección presidencial con la ya existente para alcaldes y diputados. Lo que no dijo es que en los regímenes democráticos sanos, las reglas del juego no se cambian desde el poder para beneficio propio.
El paquete legislativo, además de permitir la reelección indefinida y ampliar el periodo presidencial, también elimina la segunda vuelta electoral, lo que concentra aún más poder en manos del partido mayoritario. Con esto, Bukele podría presentarse en 2027 y reelegirse sin que exista un verdadero contrapeso institucional.
Los partidos opositores ARENA y Vamos votaron en contra y calificaron el proceso como una “farsa autoritaria”. Marcela Villatoro, congresista de ARENA, fue contundente: “Hoy ha muerto la democracia en El Salvador”.
Esta decisión, que deberá ser ratificada en una segunda votación, llega en medio de un contexto ya polémico: Bukele gobierna bajo un régimen de excepción desde marzo de 2022, con múltiples prórrogas, y ha mostrado un desdén abierto por las normas democráticas. “Me tiene sin cuidado que me llamen dictador”, declaró recientemente.
La pregunta ahora es: ¿cuánto poder es demasiado poder? ¿Está El Salvador ante una consolidación de liderazgo fuerte o ante el desmonte progresivo de la democracia?
Mientras tanto, la reelección indefinida avanza, la oposición grita en el desierto, y el futuro institucional del país parece cada vez más incierto.