La teoría del loco

Por GONZALO CASTELLANOS V

Por notorias razones, resueltamente ha vuelto a hablarse sobre la “teoría del loco” en alusión a los estilos de gobierno en algunos lugares con gran incidencia en el mundo. No es para menos aquello que se percibe en modelos de administración como los de Putin, Netanyahu o Trump.

De la teoría del loco se recuerda que la usó e impuso como estrategia difundida por sus propios asesores cercanos, el fallecido Richard Nixon para hacer creer a las fuerzas vietnamitas que, por su propensión al alcohol y a un carácter en extremo explosivo, era capaz de lo impredecible o desmedido para ganar la guerra, incluso hasta de utilizar allí otra bomba atómica.

De ser cierta la maquiavélica teoría del loco, tendríamos que a los tipos de legitimidad enseñados por Max Weber en cuanto al ejercicio del liderazgo político, es decir, lo que da piso a cualquier gobierno no dictatorial (legitimidad carismática, tradicional o legal), habría que agregar insólitamente, la del “loco”; es decir, aquél estilo y estrategia de máximos dirigentes que acuden al desconcierto, a la táctica del miedo, a todo aquello fuera de lugar para asustar, para imponer y para gobernar sin dar concesión a mayor debate, porque contra un loco que acusa, que exagera, que amenaza y puede en cualquier momento soltar una bofetada desconcertante, quién se atreve a discutir.

Desde luego ha habido locos, relocos en el poder, más que por estrategia, por pura condición mentalCalígula de históricamente comentada inestabilidad mental, crueldad y sadismo; incapaces mentales declarados como Abdalá Bucaram en Ecuador, o Michel Temer en Brasil; palabreros mitómanos como Nicolás Maduro o sádicos dictadores como Idi Amin, Videla, Pinochet y una lista de chiflados, tiranos e incapaces a la que el lector agregará otros nombres del pasado o del más subterráneo presente.

Igual que en una carta de alerta del Tarot, en esos estilos impuestos como talante de la vida pública gubernamental, resaltan el juzgamiento, resentimiento, la acusación, la verdad conveniente, la acusación, la soberbia, la amenaza, el delirio de persecución, la desconfianza, la variabilidad y algo, no poca cosa, de megalomanía. Condiciones frente a las que cualquier ciudadano gobernado se pregunta aterrado: ¿Me van a dejar solo con este?

La verdad es que en todo esto que transita entre la realidad y la ficción no puede uno menos que recordar el Estado de Crisis uno de los últimos libros de Zygmunt Bauman, junto con Carlo Bordoni, pues el modo de vida se ha convertido a la vista el de la crisis permanente de la noción de poder, la preponderancia de lo personal ante lo público.