POR: REYNALDO MORA MORA
Una buena práctica pedagógica y didáctica se caracteriza cuando el docente sabe dar los últimos retoques a lo que llevará a la escena de clase con sus estudiantes, en saber figurar lo esencial, en saber situar lo que enseña y en saber configurar una síntesis regular al finalizar su actividad, permitiendo que, de todo ello, su ojo crítico cultural, sea capaz de percibir signos evaluativos, para apartarse de los procesos estandarizados y homogéneos del currículo oficial. Por ello, mis reflexiones son un intento por construir un escenario conceptual apropiado para la comprensión de la relación currículo y contexto a partir de bases teóricas que exploren este campo de combate, tratando de interrogar los principios generales que lo conforman como objeto de investigación. Esto nos conduce a la consideración de la naturaleza de los procesos de formación integrales a la luz del Currículo Contextualizado y Pertinente, CCP.
Nuestras reflexiones están orientados al análisis de las prácticas y discursos curriculares desde la contribución del concepto de lo cultural, un campo de investigación que hay que profundizar en su transformación desde la contextualización y pertinencia, en la recontextualización de los conceptos de currículo, evaluación e investigabilidad pensando la Formación Integral. En cierta forma, he tratado de esbozar, en relación con el currículo oficial, una problemática que exige un replanteamiento del binomio Escuela-contexto. A mi juicio, solo entonces es posible hacer del concepto de currículo una búsqueda de un ethos democrático en su construcción. Se trata, de la idea de un acuerdo consensual, que implica la existencia de intereses y emociones entre los actores y sujetos de una Comunidad Educativa.
Nuestra línea de conciencia de las cargas va contra los procesos de evaluación estandarizados y homogéneos que se esconden abierta y de manera oculta en el discurso de las competencias del currículo oficial. Estos vicios cognitivos de la evaluación instrumental han sido los propulsores de las grandes víctimas de jóvenes que con los resultados “malos” en las pruebas de estado no pueden ingresar a la educación superior pública, proceso este que ha sido dominante en los últimos 50 años.
Por ello, hay que lucha por la autonomía de las instituciones educativas, y una institución es autónoma, si sus sujetos lo son desde sus discursos y prácticas. Un argumento de autonomía solo necesita proporcionar razones para que haga parte de la vida escolar. Por lo tanto, una institución es autónoma si los sujetos autónomamente actúan responsablemente. Esta es la lucha de nuestras reflexiones, porque aceptamos la autonomía como ideal político-formativo para considerar el quehacer de una Comunidad Educativa en este valor-virtud, lo que proporciona un fuerte argumento para una concepción integral del currículo. Debemos ir contra el estribillo de lo bueno y lo malo de los procesos evaluativos que habla únicamente de un supuesto proceso de calidad, cuyo resultado final es la “alta calidad”, indisolublemente ligada a un proceso de estandarización de aspectos y factores de los procesos formativos, lo que desemboca en su aldeazacion en determinadas Instituciones de Educación Superior, revelando groseramente el desconocimiento de las periferias. Es la línea del pensamiento neoliberal tecnocrático que integra el mérito de la calidad a un sinnúmero de aspectos y factores (lista de chequeo), convirtiendo los procesos de aseguramiento de la calidad en el lado global de ese discurso presente en nuestro sistema educativo.
Nuestras reflexiones invitan a controvertir la naturaleza del currículo oficial, sus límites y alcances sobre su papel dejado en los procesos de formación de buenos ciudadanos críticos y democráticos con una fuerte fundamentación humanista. Por ello, el currículo debe verse como una herramienta ética, porque debe protegerse de las prácticas sociales e intelectuales de los tecnócratas del neoliberalismo que tratan a la Escuela como una empresa. De la mano de la Investigación Acción Participación Curricular, IAPC, seremos capaces de propiciar una hermeneútica en la que podamos deslindar, de forma crítica los valores que están íntimamente vinculados con la filosofía neoliberal de querer convertirla en una empresa de mercado. Esos valores, que son los del mercado, los del competir, los del consumo no pueden ser promovidos, pues ellos constituyen formas discursivas opresoras y humillantes en los procesos de Formación Integral. De ahí, que nuestro pensar, es que el currículo representa como fuente común el vínculo entre los saberes enseñables y las Problemáticas Sociales, PS.
Para ello, hay que formar para una evaluación democrática, que es nuestra propuesta desde una Nueva Cultura de una Evaluación Contextualizada y Pertinente, NCECP: 1. La nueva evaluación debe ser contextualizada y pertinente. 2. Debe estar permeada para la comunicación como diálogo entre docentes y estudiantes, a fin de negociar intereses, emociones, capacidades, talentos, habilidades, vocaciones. 3. Debe producir conocimiento relacionado con las Problemáticas Sociales y los valores constitucionales. 4. Debe ser debate y crítica frente a los dilemas morales de la sociedad. 5. Debe producir un clima de posibilidades. Desde lo anterior, venimos proponiendo una filosofía que perfilamos desde la Escuela de Expertos Curriculares donde podemos hallar, por ejemplo, currículos constatativos, como aquel texto-herramienta cuya misión es constatar o describir cómo son las cosas en los procesos de formación, qué eventos ha determinado una Institución Educativa, cómo se suceden, o cómo se sucederán; por lo tanto, describe o constata un estado de cosas formativas. Entonces, consiste en relatar cómo son las demisiones formativas.
Mis reflexiones sugieren como ideas fundamentales, las de autonomía y la crítica; como la capacidad para explicar, interpretar, transformar y proponer para trascender el currículo oficial, ofrecer entendimiento y comprensión, y asimismo, el ejercicio coherente de la propia convicción de criterio propio como la mejor prueba de credibilidad como educadores pensantes y actuantes. Esto se liga a lo que constantemente venimos criticando, como es el contexto de efectividad y eficacia del currículo oficial, que es un instrumento de control jerárquico, unidireccional y fielmente focalizado e interesado en el discurso de las competencias, presentes en la Escuela, que le dan significado a sus prácticas, que legitiman la estandarización y la homogeneidad en los procesos de Formación Integral para favorecer el discurso neoliberal de la Escuela-empresa. Por ello, en términos de P. Bourdieu, el currículo es un lugar de constante lucha política y cultural. El currículo oficial tiende más a ocultar que a esclarecer estas luchas.
Con la Nueva Cultura de la Evaluación que hemos venido proponiendo, pretendemos relievar el papel del estudiante como protagonista de su propia autonomía, él debe escribir su propio libreto como bitácora de formación, transformado su autonomía, los controles sobre su propia trayectoria formativa, haciendo más énfasis en el seguimiento de su bitácora con los viajes formativos que realiza y habrá de realizar continuamente. Esto transforma a su vez las prácticas evaluativas de los docentes en el currículo escolar. A partir de esa pieza integradora del sistema educativo, cual es el currículo, reconstruimos el pasado y, diseñamos desde nuestro presente, el futuro. Tanto si miramos adelante como atrás somos memoria del pasado, como una trama sorprendente la de un futuro prefabricado con retazos de la memoria del pasado, que debe estar interrogando permanentemente el currículo desde el enseñar y el aprender. Valga decir de entrada que esa trama justificaría actitudes incomprensibles como la continuada persistente de la violencia en nuestro país.
El discurso oficial de las competencias como noción en los procesos de Formación Integral es la más vacía de las categorías educativas actuales. Carece por completo de un contenido desde la visión de la bildung. Es un término arbitrario que se le ha impuesto a la Escuela. Las competencias es una palabra comodín que debemos desaparecer del lenguaje creador de los estudiantes para optar por sus capacidades, vocaciones y talentos individuales. Yo dudo en calificar, como lo hacen los tecnócratas, a las competencias, de una categoría formadora. ¿Cuáles son sus atributos? Capacitar, competir, humillar al otro, capacitar para el mercado empresarial, tratar al otro de malo. Debemos procurar distanciarnos de esa audiencia de la empresa, que fisgonea a la Escuela para que produzca (más no forme) ser productores competentes para la empresa, olvidándose de la formación de buenos ciudadanos autónomos, críticos y democráticos.