Tarde de cruce

Por Juan Colón Castillo

Fue
en aquella tarde
sin tiempo,
que los ojos se cruzaron.

Bejucos.

Nudos sin final.

Una telaraña verde
donde toda palabra
parecía verdadera
solo por mirarse.

La clorofila de un sí
incondicional
alimentó el aire.

Violines verdes.

Un viento que se incrustó
en los cristales ardientes
de la sangre.

Otoño entonces-
tu mirada:

una rama que se abrió
de perfume.

El beso.

No un beso:

bautismo.

Un sacramento sin altar.

Todo ocurrió
en la breve eternidad
de un verso
sin nombre.

Después…

un reloj daliniano
de espera líquida,
trenes frenéticos
del silencio.

La duda
de Descartes
hacía eco
en la música ahogada
de un invierno sin fecha.

Puertos sin mar.

Destinos que solo tenían
un punto de partida:

esa tarde
donde los ojos
se crucificaron
en un beso
que nadie firmó.

Pero no sé –
si solo te conquisté
en el pasado
o si ese beso
me sueña aún
desde el futuro
que no viviremos.