Redacción: Geraldine De la Hoz*
El eco de un riff pesado se detiene, el telón de terciopelo negro cae por última vez. Hoy, el universo del rock y el metal amanece con un vacío inmenso: John Michael «Ozzy» Osbourne, el irrepetible Príncipe de la Oscuridad, el Madman, el padrino del heavy metal, ha emprendido su último viaje a los 76 años. La noticia, confirmada por su familia, envuelve en una profunda melancolía a millones de almas que, por décadas, vibraron con su voz inconfundible y su espíritu indomable.
Ozzy no era solo un músico; era un fenómeno, una fuerza de la naturaleza que, desde las brumosas calles de Birmingham, cofundó Black Sabbath y, sin saberlo, encendió la chispa de un género que cambiaría la faz de la música para siempre. Su legado con Sabbath, con clásicos como «Paranoid» o «War Pigs», es la base misma sobre la que se construyó el metal. Después, su carrera en solitario lo catapultó a un estatus legendario, con himnos como «Crazy Train» o «Mr. Crowley» que demostraron su versatilidad y su eterna capacidad para conectar con la rebeldía inherente en el ser humano.
Quienes lo seguimos de cerca sabemos que Ozzy libró batallas titánicas en su vida, tanto personales como de salud. Diagnosticado con Parkinson y enfrentando diversas lesiones, su resiliencia era admirable. Su reciente regreso a los escenarios, aunque fuera por última vez en ese histórico «Back to the Beginning» junto a Black Sabbath en Villa Park el pasado 5 de julio, fue un testamento de su amor incondicional por la música y sus fans. Era un adiós a su público en vivo, un cierre de ciclo que, sin saberlo, preparaba el terreno para este momento final.
Para muchos de nosotros, Ozzy Osbourne fue la encarnación de la transgresión, la libertad y la honestidad brutal. Sus excentricidades, sus momentos icónicos y su inigualable presencia escénica lo convirtieron en un antihéroe amado, un personaje más grande que la vida misma. Cada uno de sus solos, cada grito en el micrófono, resonaba con una autenticidad que pocos logran alcanzar.
Hoy, la oscuridad de su partida se siente, pero su legado es un faro que seguirá iluminando. La influencia de Ozzy es incalculable; está en cada banda de metal que ha existido, en cada joven que encuentra en la distorsión una voz para sus propias frustraciones y alegrías. El Príncipe de la Oscuridad no se apaga; simplemente se transforma en una leyenda inmutable, un eco eterno en los riffs más pesados y las voces más potentes.
Desde este lado del mundo, solo nos queda agradecerle. Gracias, Ozzy, por cada nota, por cada show, por cada momento de locura y genio. Tu voz ya es inmortal. Tu oscuridad, que no era sino la expresión más pura de la intensidad humana, vivirá por siempre en cada acorde de metal. Descansa en paz, leyenda. El show no ha terminado; simplemente ha cambiado de escenario.