Por CARLOS JIMÉNEZ MORENO
La cumbre la OTAN celebrada en La Haya el 24 y 25 del mes pasado le dio el puntillazo final al plan de “paz” de Trump. El plan que él anunció con bombo y platillo en marzo y que se suponía le permitiría cumplir la promesa electoral que le hizo a los electores de “poner fin a la guerra de Ucrania en 24 horas”. En La Haya todos los miembros de esa belicosa alianza militar aprobaron por unanimidad lo que Trump venía exigiendo desde su primer mandato: destinar el 5% de sus respectivos PIB al gasto militar.
Pedro Sánchez, el presidente de gobierno español, fue la única voz disidente. Y se comprende. Su gobierno está en la cuerda floja: no tiene los votos suficientes para la aprobación en el parlamento de este extraordinario incremento del gasto militar porque tanto sus socios de gobierno como el resto de las minoritarias fuerzas de izquierda, habían manifestado previamente su rotunda negativa a aprobarlo. Podía aprobarlo con los votos del Partido Popular, el principal partido de la derecha. El problema es que los lideres de dicho partido llevan meses y meses empeñados en una virulenta campaña de acoso y derribo del gobierno de Sánchez, que perdería buena parte de su credibilidad si ellos votaran a favor de tal incremento. Sánchez intentó salirse por la tangente declarando que, aunque aprobaba el 5% España, se reservaba el derecho a distribuir ese enorme incremento del gasto en función del interés de su gobierno de cumplir otros objetivos, como el de promover las nuevas tecnologías digitales. Algo que obviamente países como Alemania, Francia o el Reino Unido también intentaran hacer. Al fin y al cabo, en las actuales guerras 2.0 dichas tecnologías desempeñan un papel crucial. El gasto militar lo componen cada vez menos la compra de aviones, cañones y tanques y más la de sistemas electrónicos de realizar ciberataques o de neutralizarlos.
Trump, en su desaforada arrogancia, no le permitió sin embargo a Sánchez salirse con la suya. Lo trató en las redes como si fuera un enemigo y no un aliado muy fiel y le advirtió que, aunque la economía española “está en buen estado”, podrían ocurrir cosas que “la pueden desestabilizar”. Y ciertamente Estados Unidos es capaz de desestabilizar cualquier economía, sobre todo si es la de un país aliado.
Pero volvamos a la cumbre de la OTAN en La Haya para explicar por qué la aprobación del incremento del 5% del gasto militar de sus países miembros significa la muerte del plan de “paz” de Trump. Empiezo porque inmediatamente después Friedrich Merz, el flamante canciller de Alemania, se unió ruidosamente al coro belicista – liderado en Europa por Keir Starmer, primer ministro británico y Enmanuel Macron, presidente de Francia – declarando su voluntad de apoyar con todos los medios posibles la lucha del régimen de Kiev por garantizar la soberanía e integridad territorial de Ucrania. Entre ellos, el de convertir a las fuerzas armadas alemanas “en las más poderosas de Europa”. Fue la declaración que hacía falta para que Rusia se terminara de convencer de que el plan de “paz” de Trump era un engaño. Han pasado generaciones desde entonces, pero nadie en Rusia olvida las dosis inconcebibles de destrucción y sufrimiento que experimento el pueblo ruso debido al ataque del que entonces era indiscutiblemente el “Ejército más poderoso de Europa”: la Wehrmacht.
Esta dramática experiencia histórica explica por qué, desde el comienzo en 2022 de las hostilidades en Ucrania, Rusia haya planteado como una exigencia insoslayable para poner fin a la misma “la desnazificación de Ucrania”. Para los líderes políticos y los medios occidentales el hecho de que el batallón Azov ucraniano usara en su uniforme el mismo símbolo utilizado por las divisiones Waffen SS alemanas no tuvo nunca mucha importancia. Para los rusos resulta inadmisible, porque no pueden olvidar las masacres y las operaciones de limpieza étnica llevadas a cabo en Ucrania por las SS, durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Apoyadas y secundadas con un funesto entusiasmo por sus aliados ucranianos, encabezados por Stepán Bandera, cuyo retrato cuelga en las paredes de las oficinas de altos funcionarios del gobierno de Zelenzki.
Los occidentales, como ya dije, pueden restarle toda importancia a estos hechos, pero no así los rusos, en cuyas mentes reviven con fuerza las terribles imágenes de la guerra que les declaró la Alemania nazi, cuando escuchan al canciller Merz decir que está decidido a convertir de nuevo a las fuerzas armadas de su país en las más poderosas de Europa. Y cuando asocian, como no podría ser de otro modo, estas declaraciones suyas a la decisión de la OTAN de elevar al 5% por el gasto militar con el fin de disponer en 2030 del suficiente poderío militar como para librar una guerra victoriosa con Rusia. Para ellos y, desde luego para su líder Vladimir Putin, tanto las palabras del canciller alemán como la aprobación del 5 % por la OTAN, ponen al desnudo la verdad del plan de paz defendido por Trump en los últimos meses.