Por: Walter Pimienta
El tío Juan era bajito, como Benitín, el de la tira cómica. También era calvo y de cara colorada. Usaba lentes gruesos para leer y escribir y contar billetes que guardaba en una caja fuerte de acero color negro y que tenía letras americanas en su frente diciendo “he Cincinnati Halls Safe Co.»
El tío Juan vestía de blanco lino impoluto hasta los pies vestido; usaba bastón de vez en cuando y calzaba 28, como niño de primera comunión. Era minucioso y ordenado en extremo. Conservador de los de Laureano Gómez y de los que se leía “El Siglo” de pe a pa. Tenía empresa propia: una flota de cinco planchones que navegaba por el Río Magdalena, llevando panela, gaseosas, cerveza, cemento, madera, materiales de construcción abasteciendo a los pueblos rivereños hasta Honda, Tolima. Esto lo hizo rico y en uno de los cuartos de su casa tenía su oficina de escritorio, máquina de escribir, silla giratoria recortada, armario para archivo “AZ”; libros de contabilidad, ventilador de mesa eléctrico marca Westinghouse, con hoja y jaula de latón y aspas de fina madera…y eso que ya dije, su enigmática caja fuerte. Estaba viudo y nunca vuelto a casar. Tenía cara de cobrador de dinero al 20%. En extremo aseado y de cronométrico reloj de leontina con cadena de oro de 24 kilates.
El tío Juan, antes de guardar el dinero en su caja fuerte, armaba el fajo de todos ellos, uno sobre otro…ya los había contado, anotaba la cifra en uno de los libros de contabilidad y los amarraba con unos cauchitos que le regalaban en el banco y ,con la reserva de su clave, los aseguraba con giros a la derecha, números y letras infranqueables.
El tío Juan vivía de grandes sumas y de pocas restas y en la prudencia de que fueran más las de sumar que las de restar, limitando gastos en la tentativa de que un banano maduro, exactamente dividido por la mitad, le servía, una parte, para la hora del almuerzo y la otra mitad para la de la cena, acompañando ambas con algo (¿?), todo en medio del hábito cotidiano de que la caja de “Betún Beisbol” pequeña, para lustrar sus zapatos de infante, tenía que durarle un año
El tío Juan sufrí de no perderlo todo y, en ello, se le iba la vida en el límite de un miedo, el miedo de las alzas y bajas de la bolsa y la duda de no saber qué era mejor, si prestar al 20% o montar un monte de piedad (como les decían antes a las ahora casas de empeño) o exportar café. Compraba y pagaba en efectivo; no conoció las tarjetas bancarias y tampoco el mundo más allá de Barranquilla, la Barranquilla del cuarenta al sesenta y pico cundo murió de muerte natural pero con cara de insomnio sin la satisfacción de la unificación del partido conservador viviendo luchas intestinas entre laurianista y ospinistas y sin haber visto tampoco la caída de Fidel Castro.
Al tío Juan nunca le faltaba dinero escrupulosamente ordenado en su billetera según la nominación de cada billete, esto le daba un aire de solvencia que correspondía con la verdad. Salía a la calle y traía limones, mandarinas ,naranjas, aguacates y mangos de cosecha…o venía motilado de sus tres pelos. Le gusta sentirse distinto siendo el mismo y en los libros de diario anotaba sus gastos del mes abrumado por la impresión de que el dólar iba subiendo y dominando el mundo. Le gustaba sentirse distinto siendo el mismo en la impermeable perplejidad de la palabra dada en sus negocios, yendo a cobrar sin falta al 20%, y en el libro de diario anotaba sus gastos del mes en la serenidad de números de irrevocable destino límpidamente escritos. Declaró en su ultima renta, la tenencia de $ 890.456. 023, lo que le daba para vivir sin muchas urgencias, sin asombros y sin espantos.
Era duro el tío Juan, cují, tacaño y mezquino ocultando moneditas para arranca muelas, bolas d coco y pirulies que de niño le dejaron un escondido sabor dulce en el paladar.
Tuvo cinco hijos(dos hombres y tres mujeres), virtuosos todos, y a los que sobraba tiempo para resolver crucigramas y sopas de letras y a los que visitaba a diario dejándoles en su recorrido para los gastos de la meticulosa rutina.
Al morir el tío Juan con los pies siempre puestos sobre la tierra y dejando todas sus cosas excesivamente organizados y sin llegar al año tres mil como le cantaban sus nietos en el happy birthday to you, unos cogieron más que otros y otros menos que unos…dependiendo de quién hubiese llegado de primero al banco y se repartieron la herencia…el río y los planchones cargueros; había subido la carne, pro mal que bien, cada quien tomó lo suyo libre de impuestos y escondiendo algunos centavos que nunca son el propósito de una gran riqueza pero por la que si se empieza…
…Y vea lo que lo que son las cosas…Por la vida del Tío Juan, una productora de cine mexicano se enteró en hacer la película de su vida y así evocarlo vestido de lino blanco impregnado de agua de florida que servía para seguirle el rastro cuando salía a cobrar al 20%, así también para mostrar a los demás , como en tiempos precarios se puede sobrevivir con un banano partido en dos mitades exactas, una para el almuerzo y la otra para la cena pues nunca los tiempos de él estuvieron para el despilfarro.
Un año después, en el Teatro Coliseo, cerca del barrio donde vivía el tío Juan, dan su película. La gente, más que por a la película, llenó la sala porque en ella sale la mítica e impenetrable caja fuerte del tío Juan, comprada sin clave por la productora a sus herederos por cuarenta millones de pesos. En la escena más esperada, un ladrón experto en abrirlas, con nueve vueltas a la derecha, tres a la izquierda, dando alfa al teclado, poniendo el dial en el sentido horario y hundiendo un botón, la abre hallando en su interior, dos arranca muelas, unas bolas de coco, unos pirulies, un juego de ajedrez, unos dolores de baja nominación, una cadena de plata y un sombrero de sospechoso. Cosas del cine malo.
El tío Juan no era tío mío.
Le decían así: el tío Juan…