Currículo y contexto: una ejemplificación

POR: ROBERTO CARLOS DIAZ SALINA

 

Toda Reflexión Curricular debe dialogar con teóricos, en este caso, con Paulo Freire y su análisis de la educación bancaria. Según Freire (2005), «la educación como práctica de la dominación mantiene la ingenuidad de los educandos, lo que pretende, en su marco ideológico, es indoctrinarlos en el sentido de su acomodación al mundo de la opresión» (p. 94) . ¿No es acaso revelador cómo su denuncia del «entramado del currículo oficial» donde todo está «transido» encuentra eco en la crítica freireana sobre la instrumentalización educativa? En la Institución Educativa Rural Hugues Manuel Lacouture, donde trabajamos con estudiantes wiwas, campesinos afros y migrantes venezolanos, experimentamos esa «inversión total en preparar para la obsesión de obtener excelentes resultados» que convierte a nuestros jóvenes en «estrellas lejanas» del Icfes. ¿Cómo explicar a una familia wiwa que ha preservado conocimientos milenarios sobre gestión hídrica que la calidad educativa se mide por pruebas que ignoran completamente la crisis del 35% de reducción de fuentes hídricas en nuestro territorio? Cuando desarrollamos proyectos de captación de agua de niebla con Corpoguajira, estamos resistiendo contra ese «fantasma de la mera calidad» que desplaza a los pobres de sus derechos educativos fundamentales.
Estas reflexiones establece correspondencia con Jurjo Torres Santomé y su análisis de la justicia curricular. Según Torres Santomé (2017), «la homogenización curricular funciona como caballo de Troya que introduce lógicas mercantiles en el corazón de la educación pública» (p. 156). Su denuncia de la «necesaria homogenización y estandarización» pregonada por «tecnócratas-burócratas del Icfes y del MEN» encuentra validación en nuestra realidad territorial. ¿No es hermoso cuando honra la memoria de su madre como «educadora silvestre»? Esa dedicatoria nos recuerda que la verdadera educación nace del amor y la sabiduría popular, no de la frialdad burocrática. En nuestro trabajo con World Vision y el Consejo Noruego para Refugiados desarrollando filtros de purificación, materializamos esa educación superior que «piensa las Problemáticas Sociales de los contextos». El «colapso en la educación para los pobres de las periferias» que denuncia se supera cuando nuestros estudiantes venezolanos aportan técnicas de conservación de agua, mientras jóvenes afrocolombianos comparten rituales ancestrales de llamado a la lluvia. Su propuesta del «Derecho Fundamental de la educación superior del Estado» como «consenso social» cobra vida cuando la academia abraza territorios vulnerables.
También estas reflexiones curriculares construyen puentes teóricos con José Gimeno Sacristán y su comprensión del currículum como praxis social. Según Gimeno Sacristán (2007), «el currículum es la expresión del equilibrio de intereses y fuerzas que gravitan sobre el sistema educativo en un momento dado» (p. 67). Su interrogante sobre «¿cómo ejercitar la formación de buenos ciudadanos críticos y democráticos?» encuentra respuesta en nuestro enfoque de Investigación Acción Participación Curricular. Cuando trabajamos con Samsung y la Fundación Fondecor en proyectos de innovación ambiental, estamos materializando esa «identidad cultural y social de la Escuela con su entorno» que menciona. ¿Acaso no es revelador cuando los saberes wiwas sobre ciclos lunares para la siembra dialogan con conocimientos científicos sobre microorganismos del suelo en nuestros proyectos de abono orgánico? Esa interrelación de contenidos de enseñanza con «nociones de vida cotidiana» se concreta cuando nuestros 465 estudiantes distribuidos en cinco sedes aprenden matemáticas calculando volúmenes de agua captada, química estudiando procesos de purificación, y ética reflexionando sobre justicia hídrica. La IAPC que propone cobra vida cuando comunidades, estudiantes y docentes construyen colectivamente respuestas a la desertificación acelerada que documenta nuestro diagnóstico territorial.

Las Reflexiones Curriculares del doctor Reynaldo Mora Mora me confrontan con la urgencia de defender la educación como derecho fundamental frente a quienes la han convertido en mercancía selectiva. Su denuncia de la instrumentalización no es solo análisis académico; es grito libertario que, en este 20 de julio, nos recuerda que la independencia verdadera se conquista cada día en las aulas donde se forman ciudadanos conscientes de su dignidad.
La dedicatoria a su madre como «educadora silvestre» toca mi alma de educador rural. En territorios como La Guajira, donde madres wiwas enseñan a sus hijos los secretos del agua y madres afrocolombianas transmiten cantos de resistencia, reconozco esa sabiduría que ninguna prueba estandarizada puede medir pero que forma el corazón de nuestros pueblos.
Sus reflexiones anuncian nuevos tiempos donde la educación superior será derecho, no privilegio; donde la calidad se medirá por la capacidad de transformar realidades, no por indicadores descontextualizados; donde cada aula será templo de liberación que honre tanto los saberes académicos como la sabiduría popular.