En una declaración que no pasó desapercibida, el recién elegido presidente de la Cámara de Representantes, Julián López Tenorio, confesó abiertamente su afinidad política con el presidente Gustavo Petro, generando reacciones inmediatas dentro y fuera del Congreso.
“Yo voté por Petro, eso tiene que quedar absolutamente claro. Yo soy afín al Gobierno”, dijo sin rodeos el congresista del Partido de la U.
Aunque su elección se dio como parte de una coalición multipartidista —con apoyo de sectores independientes y hasta críticos del Ejecutivo—, la confesión de López aviva el debate sobre la verdadera independencia del Congreso frente al Gobierno Nacional.
La oposición ve en esta presidencia una pieza más del ajedrez político del petrismo, que gana espacio en la dirección de una de las dos cámaras legislativas en un momento clave: el último año del actual mandato, con reformas pendientes y un ambiente de polarización creciente.
López, cuya bancada ha mantenido una posición ambigua a lo largo de la legislatura, ha facilitado el avance de iniciativas del Gobierno. Ahora, desde la presidencia de la Cámara, su rol adquiere peso estratégico, especialmente en el trámite de proyectos sensibles como la reforma a la salud o la reforma laboral.
El reconocimiento público de su cercanía con Petro marca una ruptura con el tono neutral que tradicionalmente se espera de los presidentes de las corporaciones legislativas, y plantea interrogantes sobre la garantía de equilibrio, pluralidad y respeto por las voces disidentes en el Congreso.