También las parlamentarias

Rafael Nieto Loaiza.

Por: Rafael Nieto Loaiza

 

Por mucho que quiera, Petro no se quedará en el poder. No podrá alinear suficientes factores de poder para conseguirlo, ni podrá impedir que se lleven a cabo las elecciones. Ahora bien, repito que mi convicción de que tendremos comicios el próximo año no significa que renunciemos a estar alertas y preparados por si al «tiranito» le da por un autogolpe. No podemos incurrir en el pecado de no estar listos para defender la democracia, y con ella nuestro futuro en libertad. Es demasiado lo que está en juego. Pero habrá elecciones, debemos ganarlas y habrá que elegir un gobierno que, desde el mismo momento de su posesión, enfrente una policrisis como no ha habido otra en nuestra historia e inicie la ardua reconstrucción del país.

Algunas consideraciones en relación con las elecciones. En amplias zonas del país, el electorado estará bajo el chantaje de los grupos violentos, que hoy son mucho más fuertes que cuando llegó Petro. Sin embargo, el grueso de esas áreas es rural y de baja densidad poblacional, y sus resultados no tendrán la capacidad de alterar el sentido de la decisión que tome la mayoría de los colombianos. Más peligrosa será la presión en algunas ciudades por parte de las bandas criminales con las que Petro parece haberse aliado, en lo que sería una nueva versión del Pacto de La Picota con el que, según su hermano Juan Fernando, ganó las elecciones de 2022.

Preocupa especialmente el intento de asesinato de Miguel Uribe. No solo por haber sido el senador más votado y el precandidato con más posibilidades del principal partido de oposición, el Centro Democrático, ni solo porque nos devolvió treinta y cinco años al pasado, sino por el mensaje de vulnerabilidad e intimidación que envió, y por la duda de si fue un crimen de Estado. Como la UNP está en manos de un íntimo de quien deambula por la Casa de Nariño, hay que exigirle a la Policía todas las garantías para los candidatos y sus campañas.

Tan importantes como las presidenciales serán las parlamentarias. Las tensiones que ha generado el tiranito en estos tres años han demostrado el valor vital de las instituciones y del sistema de frenos y contrapesos para la preservación de la democracia. Que el gobierno no haya podido tener mayorías en el Senado, a pesar del grosero soborno gubernamental a uno de sus presidentes, ha sido un factor decisivo para que el daño no haya sido peor. El próximo gobierno necesitará una amplia mayoría en el Congreso, tanto para las contrarreformas a los muchos desvaríos de la izquierda como para impulsar los proyectos de ley que se requieren para la reconstrucción nacional.

Es previsible que ningún partido tenga mayorías y que se requieran alianzas para conformarlas. Es lo que viene ocurriendo desde la Constitución de 1991, con su sistema excesivamente pluripartidista. Armar esas alianzas desde antes de la posesión será clave. Ojalá, además, la ciudadanía castigue con dureza en las urnas a partidos que, como La U, se han vendido una y otra vez al gobierno, y a los congresistas conservadores y liberales que, alquilándose a Petro, han traicionado el ideario de sus partidos y a sus electores.

Necesitamos parlamentarios sólidos, que piensen y actúen en defensa de los intereses nacionales —y no de los suyos propios—, capaces de contribuir decisivamente a la reconstrucción y de ejercer control político sobre el nuevo gobierno cuando sea necesario. Por cierto, un buen Congreso es aún más importante para los candidatos que se inscriben por firmas y que no tendrán bancada propia. Hay que presionar para que los partidos escojan bien a los candidatos que avalarán y conformen listas poderosas y atractivas, de donde surjan los nuevos liderazgos que el país requiere.

El próximo gobierno deberá enfrentar una policrisis como jamás ha habido otra. El país tendrá que ser reconstruido en todos los frentes: desde la seguridad y la lucha contra el narcotráfico y los violentos, hasta resolver la crisis en la salud, rescatar el programa de vivienda, abordar la pésima calidad de la educación pública y la manipulación ideológica de Fecode, revivir la minería y el petróleo, evitar el apagón del sistema eléctrico, derrotar a los corruptos —más fuertes que nunca— y rescatar una política exterior estratégica y la carrera diplomática. Todo ello con una Fuerza Pública en los huesos, una administración pública infiltrada y sin burocracia técnica, y la peor crisis fiscal de los últimos cien años.

Para rematar, Petro está en la tarea de cuestionar la transparencia de las elecciones. Más allá del cinismo —él se ha elegido múltiples veces con el sistema del que ahora dice desconfiar—, siembra la duda sobre el resultado del proceso electoral, que intuye negativo para sus huestes, para no aceptar la derrota y justificar una respuesta violenta. El próximo gobierno también tendrá que lidiar con eso.