En una decisión que resuena con fuerza simbólica y política, el Gobierno de Colombia anunció la reapertura de su Embajada en Haití, el país que fue clave —aunque muchas veces ignorado— en el proceso de independencia latinoamericana.
El anuncio se dio este 20 de julio, día en que se conmemora el grito de independencia de Colombia, como una forma de honrar los orígenes reales y olvidados de nuestra libertad.
La pregunta que flota ahora en el aire es contundente: ¿por qué durante décadas Colombia no tuvo presencia diplomática en Haití, el país que ayudó a gestar su independencia? Las fuerzas que operaron dentro de la Cancillería para mantener cerrado ese canal parecen más ligadas a una miopía diplomática y a un sesgo histórico que invisibilizó el rol de los pueblos afrodescendientes y de Haití como la primera república negra libre del mundo.
Fue en Haití donde Simón Bolívar encontró refugio, armas, recursos y apoyo político para continuar su lucha por la independencia. Fue el presidente haitiano Alexandre Pétion quien exigió como única condición que, a cambio, se liberaran a los esclavizados en las tierras que fueran liberadas. Esa promesa fue el germen de una libertad distinta: no solo política, sino humana, afrocaribeña, colectiva.
La reapertura de la embajada en Puerto Príncipe es, como lo expresó el activista y académico Mario Ramón Mendoza Mendoza, una reafirmación de “nuestros sueños de libertad y unidad de América Latina y el Caribe”. En sus palabras: “En nuestras fronteras cabe el Oriente y el Occidente y en el corazón de nuestra gente vibra el hombre cósmico y el porvenir de la humanidad.”
Este gesto trasciende la diplomacia. Es un acto de reparación histórica con un país que, aunque olvidado en los libros de historia, fue fundamental para que nacieran nuestras banderas y repúblicas.
Hoy, Colombia no solo regresa a Haití con representación diplomática. Regresa con una deuda saldada, con la conciencia de que la libertad también se escribió con piel negra, con manos esclavizadas que se liberaron a sí mismas.