Por: Alyson Cardozo
En la actualidad, el concepto de currículo ha trascendido su concepción tradicional como una estructura cerrada y tecnocrática, evolucionando hacia un campo de tensiones, disputas y resignificaciones, pensar el currículo desde una mirada crítica implica reconocerlo no solo como un instrumento pedagógico, sino como un dispositivo cultural, político y ético que moldea subjetividades, construye realidades y, fundamentalmente, posibilita u obstaculiza la justicia educativa, es en este contexto donde la noción de currículo emergente se posiciona como una alternativa potente frente a los modelos tradicionales y hegemónicos, abriendo la posibilidad de diseñar propuestas educativas contextualizadas, democráticas y emancipadoras.
Tradicionalmente, el currículo ha sido concebido como una planificación técnica de contenidos, objetivos, metodologías y evaluaciones, sin embargo, esta visión ha sido profundamente cuestionada por diversas corrientes pedagógicas que reconocen su carácter no neutro, al expresar una visión del mundo, una selección cultural y una intencionalidad formativa; como plantea Díaz Barriga, el currículo es un campo de lucha en el que se disputan sentidos, saberes y formas de vida, en esta línea, Alicia de Alba propone entender el currículo como un «campo curricular» caracterizado por relaciones de poder, actores diversos y una constante negociación de significados.
Un currículo emergente no se construye desde la imposición ni la estandarización, sino desde la participación, la reflexión crítica y el compromiso ético, ya que sus principios fundamentales giran en torno a la pertinencia contextual, que reconoce la diversidad cultural, social y política de los territorios para adaptar contenidos y metodologías a las necesidades reales de las comunidades, asimismo, se caracteriza por la flexibilidad, permitiendo la modificación dinámica del currículo según las circunstancias y los aprendizajes emergentes; la participación democrática, involucrando a estudiantes, docentes y comunidades en su diseño, implementación y evaluación; la interdisciplinariedad, que articula saberes diversos para superar la fragmentación del conocimiento; y, crucialmente, la crítica y emancipación, que cuestiona las estructuras de poder y fomenta la construcción de sujetos autónomos y socialmente comprometidos.
La construcción de un currículo emergente se nutre de diversos paradigmas educativos y formativos, los cuales permiten comprender la educación desde múltiples perspectivas epistemológicas, éticas y políticas, en este sentido, el paradigma francés, inspirado en el pensamiento de Emmanuel Lévinas, introduce una dimensión profundamente ética en la educación, donde el «otro» es el fundamento de la responsabilidad, y esta visión implica que la educación debe orientarse al reconocimiento del rostro del otro, al respeto por su diferencia y a la construcción de relaciones basadas en la hospitalidad y la justicia, lo que se traduce en contenidos, metodologías y evaluaciones sensibles a las subjetividades y experiencias del otro.
Por otro lado, el paradigma anglosajón, ampliamente difundido en América Latina a través de diversas reformas, enfatiza el rendimiento, la eficiencia y la estandarización, fundamentado en la lógica del accountability (rendición de cuentas mediante pruebas estandarizadas), este enfoque, aunque ha promovido cierta claridad en los objetivos de aprendizaje, ha sido criticado por reducir la educación a indicadores cuantificables, desatendiendo las dimensiones humanas, culturales y críticas del proceso educativo, en contraste, el paradigma alemán, basado en el concepto de Bildung, concibe la educación como un proceso de formación integral del individuo, cuyo fin es el desarrollo espiritual, cultural y moral de la persona, más allá de la mera adquisición de competencias para el mercado laboral, por lo que esta perspectiva impulsa un currículo que fomenta el pensamiento crítico, la creatividad, el juicio ético y la participación en la vida pública.
Emergiendo como una respuesta a las condiciones históricas, sociales y culturales propias de la región, el paradigma panlatinoamericano se fundamenta en la necesidad de construir una educación que responda a la diversidad de pueblos, lenguas, memorias y luchas que atraviesan América Latina, este enfoque aboga por una educación que no reproduzca la dependencia colonial ni las lógicas de exclusión, sino que contribuya activamente a la justicia social, a la recuperación de saberes ancestrales y populares, y a la construcción de proyectos educativos autónomos, ya que su base histórica se halla en la rica tradición de pensamiento pedagógico crítico gestada a partir de la colonización, resistencia, dictaduras, luchas populares y movimientos sociales; figuras como José Martí, Simón Rodríguez y Paulo Freire sentaron las bases para una educación popular y liberadora, legado que ha sido recogido por investigadores contemporáneos que proponen una resignificación del currículo desde el sur global.
Diversos autores han elaborado marcos teóricos que enriquecen la construcción de currículos emergentes con una mirada panlatinoamericana; Ángel Díaz Barriga concibe el currículo como una expresión cultural y una herramienta de transformación social, proponiendo repensarlo como un proyecto de nación. Alicia de Alba introduce el concepto de «campo curricular», subrayando la importancia de reconocer los conflictos y las tensiones como parte constitutiva del currículo. Adriana Puiggrós plantea que el currículo debe ser una herramienta de resistencia frente a la colonialidad del saber, abogando por una educación situada histórica y culturalmente. María Peralta enfatiza la participación de los actores sociales en la construcción curricular, apostando por una pedagogía del reconocimiento, y Finalmente, Abraham Magendzo, desde el enfoque de los derechos humanos, propone una educación que promueva el respeto, la equidad y la inclusión como principios curriculares fundamentales.
Durante este semestre, la experiencia en el aula ha sido un ejercicio colectivo de deconstrucción y resignificación del currículo, a través de la lectura de textos fundamentales, el debate crítico y la articulación con nuestras propias trayectorias como educadores, se ha consolidado una comprensión más profunda de la necesidad de construir currículos emergentes, la clase se transformó en un espacio de escucha, de pensamiento crítico, de reconocimiento de las diferencias y de apertura a nuevas posibilidades, y concluimos que pensar el currículo desde una perspectiva panlatinoamericana es una urgencia política y pedagógica, que no se trata de copiar modelos ajenos ni de estandarizar la diversidad, sino de construir, desde nuestras memorias, nuestras luchas y nuestros sueños, una educación que libere, que reconozca y que transforme.