Es esta una lapidaria frase que refleja con realidad lo que ha venido pasando en nuestro país, especialmente con algunos de los jóvenes señalados de ser el cambio generacional en diferentes escenarios de la vida pública nacional.
De manera específica, el caso de la política ha sido la base para impulsar y ubicar a esos nuevos talentos en posiciones esenciales, desde donde no solamente tienen la autoridad, sino el don del poder para manejar actividades económicas y sociales, en donde la comunidad debería ser su propósito de reivindicación.
No obstante, son muchos los casos que nos demuestran lo contrario, con resultados negativos para la obtención de esos objetivos comunitarios, con encarcelamientos e investigaciones abiertas, que, incluso, hacen dudar sobre si realmente existe a la par de sus capacidades el compromiso social de trabajar de verdad y a conciencia por la población colombiana.
Después que se pedía a gritos y en todos los ámbitos el relevo generacional, para tener más cerca las soluciones, con jóvenes que también han sentido y sufrido por los problemas que afectan a la comunidad, exigiendo oportunidades para ellos, hoy la participación de muchos ha causado decepción. Una vez más, al igual que sus antecesores, la gran mayoría ha decidido cambiar la dignidad por el dinero…
En cada región del país los ejemplos abundan y en los despachos de los entes investigadores y fiscalizadores reposan procesos abiertos por los saqueos, las desviaciones y los diferentes ‘carteles’ creados para esquilmar los erarios, confirmando que la corrupción extiende tentáculos que pueden llegar a todas partes y envolver a personajes que podrían haber estado destinados a posiciones más honrosas.
La dignidad, como reconocimiento público, es un valor que debe ser cultivado con honor, con decisiones ajustadas a los principios morales, éticos y legales, con muestras firmes de voluntad para continuar la senda trazada, y sin permitir que intereses confusos puedan influir en el desarrollo de sus funciones. A ese compromiso muchos de nuestros dirigentes le han fallado, por eso pululan hoy las denuncias y los procesos judiciales tienen como demandados a jóvenes que no soportaron el peso de sus obligaciones y cedieron ante la ambición y la riqueza mal habida.
El poder corrompe, y para no caer en esa red de ilicitudes hay que tener principios bien cimentados. Por ello, cuando en el país nos encontramos avanzando hacia un proceso electoral que abarcará la mitad del año, resulta necesario reiterar el llamado de atención no solo a la ciudadanía para que a conciencia tome sus decisiones al momento de elegir, sino de igual manera a los participantes en la contienda política, para que ejerzan con decoro y pulcritud esa dignidad que han de ostentar, teniendo siempre a la vista lo que ha pasado con aquellos que alcanzaron altas dignidades y ahora son calificados como el mal ejemplo para todos. No permitamos que la dignidad se cambie por nada.